domingo, 15 de agosto de 2010

Lobos entre los... Parte 3

"Después de haberle hecho algunos arreglillos seguimos con esta historia...

-El Carcelero"


LA OSCURIDAD

Al despuntar el día los medios de comunicación traían las malas noticias de que se habían encontrado muertas a cinco personas, tres literalmente comidas, como si un animal salvaje se hubiera ensañado con ellas y dos que llevarían muertas cerca de veinte o treinta días.
La policía estaba desbordada ya que en menos de un mes habían aparecido muertas ocho personas y buscaban a otras tres que estaban desaparecidas.

El amanecer dió paso al día. Este, como si temiera que algo le pudiera ocurrir intentó pasar inadvertido y dejó que la noche se abalanzara sobre la ciudad... y con ella volvieron todos los males del mundo.

El vagabundo se había pasado todo el día buscándola. Y había ido dejando pistas para aquellos que como él, también se alegrarían de encontrarla.
Hacía unas horas que pensaba que había encontrado la guarida de la bestia.
Un edificio semiderruido en las afueras de la ciudad. Si se sentía reacio a entrar, no era por cobardía, sino, porque no sabía como iba a conseguir lo que necesitaba de aquella criatura tan necia.

Después de mirar a ambos lado de la calle escrutando la oscuridad decidió entrar en el edificio.
La puerta de la portería tenia los cristales rotos por lo que pudo entrar con facilidad. Había dos escaleras, una que subía a los pisos y otra que bajaba, donde seguramente antaño vivía el portero del edificio.
Olía a una mezcla de excrementos, sangre y carne en descomposición. El anciano, supo con seguridad que la bestia se escondía allí mismo.
Decidió bajar hacía el piso del portero. La escalera tan solo tenía dos tramos de unos diez escalones. Pese a ello, el vagabundo los bajó cuidadosamente tanteando con una mano la pared. Porque no llegaba la luz de la luna que era la única luz en la noche por aquel barrio y al final de las escaleras estaba totalmente oscuro, y miraba con cuidado donde ponía cada pié. A cada paso que daba la peste a muerte y suciedad se incrementaba.

Al final de la escalera llegó a una puerta. Estaba desencajada de los goznes y medio abierta.
De su interior surgía una profunda oscuridad.
El vagabundo se quedo quieto y no se atrevió a tocar la puerta. Allí delante se pasó horas enteras. No es que tuviera miedo a aquella oscuridad, ni a lo que iba a encontrar dentro. Es que cada vez que entraba en una de aquellas guaridas, infinidad de recuerdos volvían a su mente y durante semanas tenía pesadillas sobre su pasado.
Intentando bloquear su mente a la riada de recuerdos que empezaban a aflorar se decidió.
El anciano se hecho la capucha sobre la cara y con paso decidido entró en la oscuridad.


LA GUARIDA

Los pasos de dos hombres recorriendo la sucia calle de aquella parte de la ciudad resonaban como truenos en la calma y quietud de la noche.
Su objetivo: un edificio semiderruido que se encontraba casi a las afueras.
Por fin llegaron a su destino y se dispusieron a entrar.
Cada uno de ellos llevaba una bolsa de equipaje negra que dejaron en el suelo.

-Bien, ahora preparate. -dijo el mas viejo de los dos. No te preocupes por que sea tu primera
cacería, esta bestia es de las pequeñas.

Pese a que había encontrado la guarida por que alguien había ido dejando claras referencias hacía donde dirigirse no se sentía intranquilo, ya que por alguna extraña razón le venía la imagen de un vagabundo cada vez que pensaba en el que las había dejado.

-¿Como lo sabes? -pregunto el aprendiz de cazador mientras se colocaba el cinto de armas y cargaba el fusil.

-Fíjate. -le dijo su instructor señalando la calle y los edificios. El edificio está casi derrumbandose, y está ubicado en las afueras. Cualquier bestia fuerte y segura de si misma no se escondería tanto de nosotros. Se buscaría una guardia en el centro o en el casco antiguo, donde pudiera conseguir carne fresca mucho más rápido para crear sus carroñeros.

Después de eso, convenciendo a su aprendiz de que no había mucho peligro terminó de prepararse. Se ajusto las muñequeras y gebras tachonadas que eran su distintivo de cazador, agarró también un fusil de su bolsa y con un movimiento de cabeza le indico a su aprendiz que le siguiera.
La puerta del edifico estaba abierta y dentro había un fuerte olor a podrido. El aprendiz justo al entrar y sentir ese nauseabundo olor comenzó a tener arcadas, que fueron reprimidas fugazmente por una intensa mirada de su maestro.
Dos escaleras, una de subida y otra de bajada se interponían entre ellos y la bestia.

-Dime, ¿que camino elegirías? -le preguntó en un susurro.

El aprendiz dudó un momento.

-Hacia arriba. -repondió. Hay muchas habitaciones y pisos donde esconderse, y en caso de que le encuentren es mas fácil escapar.

El maestro se le quedó mirando estoicamente sin decirle si su exposición era correcta o no.
Después se encajó el fusil en el hombro y se dirigió hacia las escaleras que bajaban.

El aprendiz confundido siguió a su maestro y le preguntó en voz baja.

-¿En que me he equivocado? Allí abajo solo hay una entrada y en caso de que lo encontremos estará atrapado.

-Has pensado como un humano y ellos ya no lo son. Odian la luz. prefieren sitios oscuros y estrechos. Además de allí abajo surge este pestazo. Cuando no sepas que camino elegir, sigue siempre a tu olfato.*

El maestro fue bajando las escaleras poco a poco intentando no pisar en el centro de los escalones.

-Cuidado donde pisas, nunca se sabe lo que la bestia ha preparado para los intrusos...


LA SANGRE

El anciano susurro unas palabras. Poco a poco la oscuridad que lo envolvía se fue difuminando y al cabo de unos minutos pese que la oscuridad lo rodeaba todo, él veía como si fuera de día.
Aunque ahora que veía, hubiera preferido no hacerlo. Se encontraba en la entrada de la casa, la sangre decoraba el suelo, paredes e incluso el techo. Por todos lados había excrementos y trozos de hueso y carne, humanos sin duda.
Caminó por el pequeño pasillo y llegó a lo que antes fuera el comedor. Que por los restos aun lo seguía siendo. El anciano se detuvo. Ahora había tres puertas, una de ellas que estaba entreabierta daba a la cocina, había enormes charcos de sangre, y toda ella estaba teñida de rojo, de las paredes colgaban un par de torsos con cuchillos clavados.

Entonces escuchó un sonido, una especie de gemido de dolor.
La bestia tenia invitados, pensó el vagabundo. Y se dirigió sigilosamente hacía la puerta de donde provenía el sonido.
Cuando llegó a ella la abrió de una patada.
Dentro estaba la bestia, empapada en sangre.
Su última víctima estaba partida en dos. A su lado en el suelo dos carroñeros se daban un festín con los despojos entre gruñidos.
Atados en la pared mas alejada a la puerta había un hombre y una mujer, los dos con claros síntomas de haber sido golpeados docenas de veces.
La criatura se giró con un movimiento rápido y haciendo gala de una fuerza inhumana cogió al hombre de la cabeza y le puso el cuchillo en la garganta mientras lo utilizaba de escudo. Los carroñeros al ver interrumpido su comida gruñeron hacía el recién llegado.

El vagabundo dió un paso adelante.

-¿Esta noche no sales de caza?

La criatura soltó al hombre, que cayó y se golpeó la cabeza contra el suelo con un feo crujido, y ladró una orden.
Los carroñeros aun con trozos de carne en la boca y gruñendo se lanzaron contra el anciano.
El anciano hizo un ágil movimiento con la mano y gritó una palabra. La cabeza del carroñero que se encontraba más cerca a él explotó en una lluvia de sangre, huesos y materia gris. El otro carroñero, asustado por la ola de poder que acababa de percibir retrocedió gimiendo como un perro, para colocarse a cierta distancia de él y gruñirle.
La bestia soltó una estridente carcajada.

-Bonito truco, viejo.

-¿No sales de caza? -volvió a preguntarle.

-Hoy no. -respondió con una mueca de amargura en su cara.

-¿Te asusta que haya cazadores en la ciudad?

Sin inmutarse a este comentario sobre su valentía, le contestó:

-Me divierto con algunas antiguas presas. Siempre me guardo algunos juguetes para tiempos difíciles.

La bestia impartió una orden en una extraña lengua al carroñero y este dejó de gruñir para acercarse al cuerpo mutilado y seguir alimentandose. Aunque no le quitaba los ojos de encima al anciano.
El vagabundo paseó su mirada por la habitación y se dirigió a una silla que había cerca de la mujer para sentarse. Cuando tomó asiento la bestia le preguntó.

-Y bien. ¿Para que has venido?

-Quiero hablarte de Ellos. -le respondió mirándole a los ojos.

La bestia soltó un bufido y con un gesto de la mano le dió a entender que no le importaba lo que fuera a decirle. Al viejo no le importo ese desinterés y siguió.

-¿Sabes a cuantos como tú he conocido? -sin dejar que que la bestia respondiera prosiguió. A miles. Y he visto como la mayoría moría a manos de los cazadores sin recibir ninguna de la recompensa que les prometieron.

La criatura respondió alterada.

-¿Y a mi que? Anciano. Yo no soy como los que has podido conocer.

El vagabundo sonrió.

-Todos y cada uno de ellos se creían mejor que su antecesor y en cambió siempre acababan cometiendo los mismos errores y muriendo a manos de los cazadores.

La bestia le gritó enfurecida.

-¡Dime lo que me hayas venido a decir y vete!

La criatura golpeó al hombre que tenia en el suelo varas veces para calmar su ira.

-Bien. -hizo una pausa. A Ellos lo que tú hagas, no les importa. Que tú mueras no les importa. Cada vez que tú matas en su nombre Ellos se hacen más fuertes y tú lo único que consigues es que los cazadores se acerquen cada vez más a tí...

La bestia fue a responderle pero el vagabundo levantó una mano y la hizo callar.

-Yo, antes era como tú. Siempre deseando matar, empapado en la sangre de mis enemigos...

-¿Y como és que nunca te atraparon anciano? -le dijo burlonamente la criatura.

Al vagabundo le cambió el tono de voz y sonó triste y cansado.

-Porque al contrario que tú, yo tenía al mando todo un ejercito de sirvientes y con él conquisté casi todo este apestoso mundo. -sus últimas palabras sonaron casi como si las escupiera.

La bestia dió un paso atrás. Le inundó una extraña sensación. Hasta ahora el anciano había demostrado tener poder... pero muchos eran capaces de hacer esos trucos. Entonces recordó que cuando lo había acuhillado la noche anterior no había sangrado.

Un escalofrío recorrió su espalda.

-¿Quien eres tú? -consiguió decir.

-Yo fui el primero.

La criatura tropezó con el cuerpo del hombre y casi cayó al suelo. Su mente le decía una y otra vez que no podía ser. El primer mensajero. El primer hombre que pacto con Ellos. El traidor de la humanidad. El que los traicionó también a Ellos.
Cuando la bestia consiguió reponerse un poco e intentó volverle a preguntar, un terrible grito de dolor proveniente de la entrada del piso inundó la habitación.

El vagabundo sonrió y dijo:

-Ya te han encontrado criatura.



Y por aquí lo dejamos por hoy...
*Esta es una de mis frases preferidas de El Señor de los Anillos.

domingo, 8 de agosto de 2010

Después de tanto tiempo

"Entre el trabajo, algunos problemillas y que el ordenador decidió dejar de vivir no he podido volver ha entrar en el blog... hasta ahora.

Sigo sin haber retocado el capítulo uno de Los ojos del Lobo practicamente por los mismos problemas por los que no he podido entrar al blog.
Así que os dejo con otro nuevo relato.

Este relato es uno de los muchos que escribí bajo el título de la Guerra Eterna.
Esta contienda se desarrolla en miles de mundos, universos, dimensiones y realidades diferentes. Lleva desde el principio de los tiempos y aun no se ha declarado un vencedor.

Os dejo en uno de esos mundos en guerra...

-El Carcelero."


El Heraldo

El caballero estaba de pie, poderoso, erguido cual gigante sin ningún temor, con los ojos llenos de odio e ira. Su sangre teñía el suelo de las docenas de heridas que recorrían su cuerpo. Llevaba una armadura totalmente destrozada por los golpes de había recibido, aunque aun podían verse retazos de su antiguo esplendor. En su brazo derecho llevaba su espada, el filo estaba decorado con unas runas que brillaban con breves destellos. En su brazo izquierdo llevaba su escudo, abollado y a punto de partirse.

En frente estaba Él.

Llevaban tanto tiempo allí, uno enfrente del otro que pensé que se habían convertido en estatuas y que todo lo que pasaba a mi alrededor tan solo era una pesadilla.
Sin previo aviso el caballero bramó un terrible grito de guerra y se lanzó contra la criatura.
Sus espadas se entrechocaban incesantemente, cientos de chispas cubrían el aire. Aun hoy escucho sus golpes, los gritos de dolor. El combate pareció durar días, meses, años. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido justo allí mismo. Que ellos dos fueran el centro del universo y que todos girábamos en torno a ellos.

El pobre caballero parecía exhausto, mientras que la criatura seguía moviéndose con una elegancia increíble sin demostrar ni una pizca de cansancio. Debido al agotamiento que sentía, el caballero tropezó y cayó con un golpe sordo al suelo.

Entonces, cuando yo pensé que la criatura iba a rematarlo, esta se acerco lentamente a él. Se agachó y le susurro algo al oído, después se levantó y se marchó.

Jamás supe que le dijo. Pero él caballero que hasta ese mismo momento seguía inspirando grandeza y fuerza se encogió como un niño asustado. Se abandonó allí mismo, en el frío suelo de mármol, y antes de que yo llegara arrastrándome hasta él, ya había muerto.
Parecía como si en el último momento le hubieran arrancado todas las fuerzas, todo por lo que había luchado, todo su honor y su vida, todo…

¿De verdad ya hemos perdido? ¿De verdad no vale la pena ofrecer resistencia?
Si en esta larga lucha nunca hemos conseguido nada ¿Para qué seguir luchando? ¿Para qué han servido la muerte de tantos de mis compañeros?
¿Si el único camino es el de Ellos, por qué nos resistimos a seguirlo?
¿Si al final Ellos prevaleceran, por qué no unirnos y dejarnos llevar?
A veces creo que todo es una mentira, que la realidad no existe y que ya he muerto, que esto es el infierno y que los demonios me atormentan con mis peores pesadillas y miedos.
A veces… Aunque solo a veces…

Lentamente me alejé de aquel lugar. Recorrí los pasillos del ruinoso castillo hacia la salida, cientos de soldados muertos decoraban el suelo. Al llegar al portón y salir a la campiña, rompí a llorar. Mirara por donde mirara el suelo estaba alfombrado de cadáveres, el cielo era de un rojo intenso debido a los incendios que devoraban los pueblos y campos de alrededor.
Solo yo estaba vivo. Un solo vivo entre miles de muertos.

Les pedí clemencia, les pedí su perdón… Y ellos me respondieron.

Vi sus ojos fijos en mí, su intensa mirada me quemaba la piel, era como si la atravesaran y me arañaran el alma. No podía moverme y tampoco podía dejar de mirar aquellos ojos. Y detrás de esos ojos, estaba Él.
Su visión era terrorífica, hasta ahora no me había dado cuenta. Como si el hecho de que Él se fijará en mí cambiara mi percepción al contemplarlo.
Se movía suavemente, era como si me estuviera hipnotizando, no podía dejar de mirarlo. Lentamente se iba acercando a mí. Yo aun llevaba mi espada, pero no podía ni siquiera desenvainarla.
¿No tenía fuerzas para hacerlo o no quería hacerlo?

Me habló. Sus palabras eran susurros, pero no entendía lo que me estaba diciendo. Sus labios eran azulados. Su cara, blanca como la nieve, estaba desfigurada, pero desprendía una belleza antinatural.
Se paró justo delante de mí, mientras su boca se acercaba a mi oreja pude percibir el olor a muerte que desprendía su aliento. Mi corazón latía desenfrenado parecía que fuera a salir de mi pecho.
Y para mi sorpresa, al volverme ha hablar le pude entender.
Su voz, jamás podré olvidar ese maravilloso sonido.

Él se separó de mí. Mientras se alejaba, caí al suelo, porque ni siquiera podía sostenerme en pié.
Mi vida se filtraba a través de mi piel, se alejaba y desaparecía en el inmenso vacío que es la muerte.
Y aun en mi último aliento, no pude dejar de pensar que jamás había visto un ser ten bello…
Y la satisfacción de saber que yo era uno de sus elegidos…