domingo, 15 de agosto de 2010

Lobos entre los... Parte 3

"Después de haberle hecho algunos arreglillos seguimos con esta historia...

-El Carcelero"


LA OSCURIDAD

Al despuntar el día los medios de comunicación traían las malas noticias de que se habían encontrado muertas a cinco personas, tres literalmente comidas, como si un animal salvaje se hubiera ensañado con ellas y dos que llevarían muertas cerca de veinte o treinta días.
La policía estaba desbordada ya que en menos de un mes habían aparecido muertas ocho personas y buscaban a otras tres que estaban desaparecidas.

El amanecer dió paso al día. Este, como si temiera que algo le pudiera ocurrir intentó pasar inadvertido y dejó que la noche se abalanzara sobre la ciudad... y con ella volvieron todos los males del mundo.

El vagabundo se había pasado todo el día buscándola. Y había ido dejando pistas para aquellos que como él, también se alegrarían de encontrarla.
Hacía unas horas que pensaba que había encontrado la guarida de la bestia.
Un edificio semiderruido en las afueras de la ciudad. Si se sentía reacio a entrar, no era por cobardía, sino, porque no sabía como iba a conseguir lo que necesitaba de aquella criatura tan necia.

Después de mirar a ambos lado de la calle escrutando la oscuridad decidió entrar en el edificio.
La puerta de la portería tenia los cristales rotos por lo que pudo entrar con facilidad. Había dos escaleras, una que subía a los pisos y otra que bajaba, donde seguramente antaño vivía el portero del edificio.
Olía a una mezcla de excrementos, sangre y carne en descomposición. El anciano, supo con seguridad que la bestia se escondía allí mismo.
Decidió bajar hacía el piso del portero. La escalera tan solo tenía dos tramos de unos diez escalones. Pese a ello, el vagabundo los bajó cuidadosamente tanteando con una mano la pared. Porque no llegaba la luz de la luna que era la única luz en la noche por aquel barrio y al final de las escaleras estaba totalmente oscuro, y miraba con cuidado donde ponía cada pié. A cada paso que daba la peste a muerte y suciedad se incrementaba.

Al final de la escalera llegó a una puerta. Estaba desencajada de los goznes y medio abierta.
De su interior surgía una profunda oscuridad.
El vagabundo se quedo quieto y no se atrevió a tocar la puerta. Allí delante se pasó horas enteras. No es que tuviera miedo a aquella oscuridad, ni a lo que iba a encontrar dentro. Es que cada vez que entraba en una de aquellas guaridas, infinidad de recuerdos volvían a su mente y durante semanas tenía pesadillas sobre su pasado.
Intentando bloquear su mente a la riada de recuerdos que empezaban a aflorar se decidió.
El anciano se hecho la capucha sobre la cara y con paso decidido entró en la oscuridad.


LA GUARIDA

Los pasos de dos hombres recorriendo la sucia calle de aquella parte de la ciudad resonaban como truenos en la calma y quietud de la noche.
Su objetivo: un edificio semiderruido que se encontraba casi a las afueras.
Por fin llegaron a su destino y se dispusieron a entrar.
Cada uno de ellos llevaba una bolsa de equipaje negra que dejaron en el suelo.

-Bien, ahora preparate. -dijo el mas viejo de los dos. No te preocupes por que sea tu primera
cacería, esta bestia es de las pequeñas.

Pese a que había encontrado la guarida por que alguien había ido dejando claras referencias hacía donde dirigirse no se sentía intranquilo, ya que por alguna extraña razón le venía la imagen de un vagabundo cada vez que pensaba en el que las había dejado.

-¿Como lo sabes? -pregunto el aprendiz de cazador mientras se colocaba el cinto de armas y cargaba el fusil.

-Fíjate. -le dijo su instructor señalando la calle y los edificios. El edificio está casi derrumbandose, y está ubicado en las afueras. Cualquier bestia fuerte y segura de si misma no se escondería tanto de nosotros. Se buscaría una guardia en el centro o en el casco antiguo, donde pudiera conseguir carne fresca mucho más rápido para crear sus carroñeros.

Después de eso, convenciendo a su aprendiz de que no había mucho peligro terminó de prepararse. Se ajusto las muñequeras y gebras tachonadas que eran su distintivo de cazador, agarró también un fusil de su bolsa y con un movimiento de cabeza le indico a su aprendiz que le siguiera.
La puerta del edifico estaba abierta y dentro había un fuerte olor a podrido. El aprendiz justo al entrar y sentir ese nauseabundo olor comenzó a tener arcadas, que fueron reprimidas fugazmente por una intensa mirada de su maestro.
Dos escaleras, una de subida y otra de bajada se interponían entre ellos y la bestia.

-Dime, ¿que camino elegirías? -le preguntó en un susurro.

El aprendiz dudó un momento.

-Hacia arriba. -repondió. Hay muchas habitaciones y pisos donde esconderse, y en caso de que le encuentren es mas fácil escapar.

El maestro se le quedó mirando estoicamente sin decirle si su exposición era correcta o no.
Después se encajó el fusil en el hombro y se dirigió hacia las escaleras que bajaban.

El aprendiz confundido siguió a su maestro y le preguntó en voz baja.

-¿En que me he equivocado? Allí abajo solo hay una entrada y en caso de que lo encontremos estará atrapado.

-Has pensado como un humano y ellos ya no lo son. Odian la luz. prefieren sitios oscuros y estrechos. Además de allí abajo surge este pestazo. Cuando no sepas que camino elegir, sigue siempre a tu olfato.*

El maestro fue bajando las escaleras poco a poco intentando no pisar en el centro de los escalones.

-Cuidado donde pisas, nunca se sabe lo que la bestia ha preparado para los intrusos...


LA SANGRE

El anciano susurro unas palabras. Poco a poco la oscuridad que lo envolvía se fue difuminando y al cabo de unos minutos pese que la oscuridad lo rodeaba todo, él veía como si fuera de día.
Aunque ahora que veía, hubiera preferido no hacerlo. Se encontraba en la entrada de la casa, la sangre decoraba el suelo, paredes e incluso el techo. Por todos lados había excrementos y trozos de hueso y carne, humanos sin duda.
Caminó por el pequeño pasillo y llegó a lo que antes fuera el comedor. Que por los restos aun lo seguía siendo. El anciano se detuvo. Ahora había tres puertas, una de ellas que estaba entreabierta daba a la cocina, había enormes charcos de sangre, y toda ella estaba teñida de rojo, de las paredes colgaban un par de torsos con cuchillos clavados.

Entonces escuchó un sonido, una especie de gemido de dolor.
La bestia tenia invitados, pensó el vagabundo. Y se dirigió sigilosamente hacía la puerta de donde provenía el sonido.
Cuando llegó a ella la abrió de una patada.
Dentro estaba la bestia, empapada en sangre.
Su última víctima estaba partida en dos. A su lado en el suelo dos carroñeros se daban un festín con los despojos entre gruñidos.
Atados en la pared mas alejada a la puerta había un hombre y una mujer, los dos con claros síntomas de haber sido golpeados docenas de veces.
La criatura se giró con un movimiento rápido y haciendo gala de una fuerza inhumana cogió al hombre de la cabeza y le puso el cuchillo en la garganta mientras lo utilizaba de escudo. Los carroñeros al ver interrumpido su comida gruñeron hacía el recién llegado.

El vagabundo dió un paso adelante.

-¿Esta noche no sales de caza?

La criatura soltó al hombre, que cayó y se golpeó la cabeza contra el suelo con un feo crujido, y ladró una orden.
Los carroñeros aun con trozos de carne en la boca y gruñendo se lanzaron contra el anciano.
El anciano hizo un ágil movimiento con la mano y gritó una palabra. La cabeza del carroñero que se encontraba más cerca a él explotó en una lluvia de sangre, huesos y materia gris. El otro carroñero, asustado por la ola de poder que acababa de percibir retrocedió gimiendo como un perro, para colocarse a cierta distancia de él y gruñirle.
La bestia soltó una estridente carcajada.

-Bonito truco, viejo.

-¿No sales de caza? -volvió a preguntarle.

-Hoy no. -respondió con una mueca de amargura en su cara.

-¿Te asusta que haya cazadores en la ciudad?

Sin inmutarse a este comentario sobre su valentía, le contestó:

-Me divierto con algunas antiguas presas. Siempre me guardo algunos juguetes para tiempos difíciles.

La bestia impartió una orden en una extraña lengua al carroñero y este dejó de gruñir para acercarse al cuerpo mutilado y seguir alimentandose. Aunque no le quitaba los ojos de encima al anciano.
El vagabundo paseó su mirada por la habitación y se dirigió a una silla que había cerca de la mujer para sentarse. Cuando tomó asiento la bestia le preguntó.

-Y bien. ¿Para que has venido?

-Quiero hablarte de Ellos. -le respondió mirándole a los ojos.

La bestia soltó un bufido y con un gesto de la mano le dió a entender que no le importaba lo que fuera a decirle. Al viejo no le importo ese desinterés y siguió.

-¿Sabes a cuantos como tú he conocido? -sin dejar que que la bestia respondiera prosiguió. A miles. Y he visto como la mayoría moría a manos de los cazadores sin recibir ninguna de la recompensa que les prometieron.

La criatura respondió alterada.

-¿Y a mi que? Anciano. Yo no soy como los que has podido conocer.

El vagabundo sonrió.

-Todos y cada uno de ellos se creían mejor que su antecesor y en cambió siempre acababan cometiendo los mismos errores y muriendo a manos de los cazadores.

La bestia le gritó enfurecida.

-¡Dime lo que me hayas venido a decir y vete!

La criatura golpeó al hombre que tenia en el suelo varas veces para calmar su ira.

-Bien. -hizo una pausa. A Ellos lo que tú hagas, no les importa. Que tú mueras no les importa. Cada vez que tú matas en su nombre Ellos se hacen más fuertes y tú lo único que consigues es que los cazadores se acerquen cada vez más a tí...

La bestia fue a responderle pero el vagabundo levantó una mano y la hizo callar.

-Yo, antes era como tú. Siempre deseando matar, empapado en la sangre de mis enemigos...

-¿Y como és que nunca te atraparon anciano? -le dijo burlonamente la criatura.

Al vagabundo le cambió el tono de voz y sonó triste y cansado.

-Porque al contrario que tú, yo tenía al mando todo un ejercito de sirvientes y con él conquisté casi todo este apestoso mundo. -sus últimas palabras sonaron casi como si las escupiera.

La bestia dió un paso atrás. Le inundó una extraña sensación. Hasta ahora el anciano había demostrado tener poder... pero muchos eran capaces de hacer esos trucos. Entonces recordó que cuando lo había acuhillado la noche anterior no había sangrado.

Un escalofrío recorrió su espalda.

-¿Quien eres tú? -consiguió decir.

-Yo fui el primero.

La criatura tropezó con el cuerpo del hombre y casi cayó al suelo. Su mente le decía una y otra vez que no podía ser. El primer mensajero. El primer hombre que pacto con Ellos. El traidor de la humanidad. El que los traicionó también a Ellos.
Cuando la bestia consiguió reponerse un poco e intentó volverle a preguntar, un terrible grito de dolor proveniente de la entrada del piso inundó la habitación.

El vagabundo sonrió y dijo:

-Ya te han encontrado criatura.



Y por aquí lo dejamos por hoy...
*Esta es una de mis frases preferidas de El Señor de los Anillos.

domingo, 8 de agosto de 2010

Después de tanto tiempo

"Entre el trabajo, algunos problemillas y que el ordenador decidió dejar de vivir no he podido volver ha entrar en el blog... hasta ahora.

Sigo sin haber retocado el capítulo uno de Los ojos del Lobo practicamente por los mismos problemas por los que no he podido entrar al blog.
Así que os dejo con otro nuevo relato.

Este relato es uno de los muchos que escribí bajo el título de la Guerra Eterna.
Esta contienda se desarrolla en miles de mundos, universos, dimensiones y realidades diferentes. Lleva desde el principio de los tiempos y aun no se ha declarado un vencedor.

Os dejo en uno de esos mundos en guerra...

-El Carcelero."


El Heraldo

El caballero estaba de pie, poderoso, erguido cual gigante sin ningún temor, con los ojos llenos de odio e ira. Su sangre teñía el suelo de las docenas de heridas que recorrían su cuerpo. Llevaba una armadura totalmente destrozada por los golpes de había recibido, aunque aun podían verse retazos de su antiguo esplendor. En su brazo derecho llevaba su espada, el filo estaba decorado con unas runas que brillaban con breves destellos. En su brazo izquierdo llevaba su escudo, abollado y a punto de partirse.

En frente estaba Él.

Llevaban tanto tiempo allí, uno enfrente del otro que pensé que se habían convertido en estatuas y que todo lo que pasaba a mi alrededor tan solo era una pesadilla.
Sin previo aviso el caballero bramó un terrible grito de guerra y se lanzó contra la criatura.
Sus espadas se entrechocaban incesantemente, cientos de chispas cubrían el aire. Aun hoy escucho sus golpes, los gritos de dolor. El combate pareció durar días, meses, años. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido justo allí mismo. Que ellos dos fueran el centro del universo y que todos girábamos en torno a ellos.

El pobre caballero parecía exhausto, mientras que la criatura seguía moviéndose con una elegancia increíble sin demostrar ni una pizca de cansancio. Debido al agotamiento que sentía, el caballero tropezó y cayó con un golpe sordo al suelo.

Entonces, cuando yo pensé que la criatura iba a rematarlo, esta se acerco lentamente a él. Se agachó y le susurro algo al oído, después se levantó y se marchó.

Jamás supe que le dijo. Pero él caballero que hasta ese mismo momento seguía inspirando grandeza y fuerza se encogió como un niño asustado. Se abandonó allí mismo, en el frío suelo de mármol, y antes de que yo llegara arrastrándome hasta él, ya había muerto.
Parecía como si en el último momento le hubieran arrancado todas las fuerzas, todo por lo que había luchado, todo su honor y su vida, todo…

¿De verdad ya hemos perdido? ¿De verdad no vale la pena ofrecer resistencia?
Si en esta larga lucha nunca hemos conseguido nada ¿Para qué seguir luchando? ¿Para qué han servido la muerte de tantos de mis compañeros?
¿Si el único camino es el de Ellos, por qué nos resistimos a seguirlo?
¿Si al final Ellos prevaleceran, por qué no unirnos y dejarnos llevar?
A veces creo que todo es una mentira, que la realidad no existe y que ya he muerto, que esto es el infierno y que los demonios me atormentan con mis peores pesadillas y miedos.
A veces… Aunque solo a veces…

Lentamente me alejé de aquel lugar. Recorrí los pasillos del ruinoso castillo hacia la salida, cientos de soldados muertos decoraban el suelo. Al llegar al portón y salir a la campiña, rompí a llorar. Mirara por donde mirara el suelo estaba alfombrado de cadáveres, el cielo era de un rojo intenso debido a los incendios que devoraban los pueblos y campos de alrededor.
Solo yo estaba vivo. Un solo vivo entre miles de muertos.

Les pedí clemencia, les pedí su perdón… Y ellos me respondieron.

Vi sus ojos fijos en mí, su intensa mirada me quemaba la piel, era como si la atravesaran y me arañaran el alma. No podía moverme y tampoco podía dejar de mirar aquellos ojos. Y detrás de esos ojos, estaba Él.
Su visión era terrorífica, hasta ahora no me había dado cuenta. Como si el hecho de que Él se fijará en mí cambiara mi percepción al contemplarlo.
Se movía suavemente, era como si me estuviera hipnotizando, no podía dejar de mirarlo. Lentamente se iba acercando a mí. Yo aun llevaba mi espada, pero no podía ni siquiera desenvainarla.
¿No tenía fuerzas para hacerlo o no quería hacerlo?

Me habló. Sus palabras eran susurros, pero no entendía lo que me estaba diciendo. Sus labios eran azulados. Su cara, blanca como la nieve, estaba desfigurada, pero desprendía una belleza antinatural.
Se paró justo delante de mí, mientras su boca se acercaba a mi oreja pude percibir el olor a muerte que desprendía su aliento. Mi corazón latía desenfrenado parecía que fuera a salir de mi pecho.
Y para mi sorpresa, al volverme ha hablar le pude entender.
Su voz, jamás podré olvidar ese maravilloso sonido.

Él se separó de mí. Mientras se alejaba, caí al suelo, porque ni siquiera podía sostenerme en pié.
Mi vida se filtraba a través de mi piel, se alejaba y desaparecía en el inmenso vacío que es la muerte.
Y aun en mi último aliento, no pude dejar de pensar que jamás había visto un ser ten bello…
Y la satisfacción de saber que yo era uno de sus elegidos…

jueves, 20 de mayo de 2010

La bestia interior

"Iba a seguir con el capítulo 1 de Los ojos del Lobo pero he decidido poner otro relatillo corto.
Para ser sinceros no sigo con el capítulo porque quiero cambiar algunas cosas.

Este relato es uno de esos que escribí dejándome llevar: me siento en mi escritorio, coloco el boli en el papel y dejo que él me guíe.
Podría ser que lo que vamos a leer lo hayamos encontrado en un viejo desván en una libreta maltratada por el tiempo, o que fuera una grabación olvidada en un cajón, o incluso la última confesión de un moribundo...

Ya no os entretengo más, espero que lo disfrutéis.

-El Carcelero"


MI OTRO YO

Al recordar los motivos por los que me vi impulsado ha abandonar el mundo que conocía y alejarme de todo aquello que alguna vez me pareció racional adentrándome en los oscuros lugares de mi paranoica mente, siento un gran pesar. Ya que no conocía hasta que punto la locura se había apoderado de mi y creía en mi maldita ignorancia que la salvación de mi alma seria una tarea sencilla. Pensaba que simplemente con unas cuantas sesiones de autocontrol podrían alejarme de mis abstractos pensamientos y se encauzarían hacia senderos menos escabrosos y macabros.

Maldita ignorancia.

Llevo años recorriendo mi oscura mente y aun no he encontrado ni tan siquiera una señal que me indique que el amanecer esta próximo en la negra noche en la que vivo.
El pasado se me presenta como futuro y el presente es demasiado fugaz como para llegar a reconocerlo. Alguna vez se que tuve amigos o familia pero he perdido esos recuerdos en la locura de mi viaje.
Creo que mi final se acerca, y no porque sepa que por fin haya encontrado el final del largo túnel en el que vivo, sino, porque ya casi no me quedan fuerzas para continuar en esta lucha eterna contra mi propio yo.
Cada vez son mas frecuentes los periodos en que dejo que la criatura que habita en mí tome el control de mis actos y mi mente se ofusque y no recuerde nada de lo que haga.
Triste consuelo, ya que al despertar en mí, pese no recordar nada, mis ojos me trasmiten las monstruosidades que me rodean. A veces me desvanezco al instante por no poder soportar en mi ya escasa conciencia lo que se que la criatura ha hecho en mi nombre mientras mi mente dormía en la profunda ignorancia.
A veces me asalta un terrible presentimiento, de que las personas que mas amaba yacen muertas en algún sótano abandonado o enterradas en algún lugar perdido en las montañas en las que viví.
Digo viví, porque sé que ya estoy muerto, hace meses que lo sé. Pese a que mi mente no se atreve a reconocerlo del todo y aun lucha contra la verdad. El yo que era, ya no existe. Ahora solo soy eso.

Maldita ignorancia.

A veces he intentado acabar con él, cuando aun conservo algo de control, pero no me deja. Me atormenta haciéndome pensar que puedo lograrlo, para arrebatarme el triunfo en el último momento.

Lo noto.

Noto como intenta salir otra vez a la superficie.

Resistiré cuanto pueda, pero se que mi lucha será inútil y que él al final acabará venciendo.
Hace tiempo que olvide mi nombre, pero si alguna vez alguien me reconoce, quiero que sepa que esa cosa no era yo. Que morí hace tiempo y que mi cuerpo es solo una carcasa habitada por un ser inhumano.

Adiós.

Ya se acerca...

sábado, 15 de mayo de 2010

Lobos entre los... Parte 2

CAPÍTULO 1, parte 2

EL AVISO

Cuando el vagabundo encontró al niño, este ya estaba muerto.
Un enorme charco de sangre decoraba el suelo y la pared cercana al cadáver.
Arrodillado junto a él estaba la bestia.

-Buenas noches. Dijo el vagabundo mientras se acercaba al asesino.

Este se levantó lentamente para hacer frente a la voz que le había hablado, encontrándose a un viejo con el pelo grisáceo y barba desaliñada. Tuvo el impulso de abalanzarse contra él y matarlo pero entonces se dio cuenta de que no desprendía ninguna aura.

-¿Quién eres? Dijo la criatura.

-Mi nombre no tiene importancia. Le respondió mientras se seguía acercando.

La bestia cada vez dudaba más que ese anciano fuera humano, pensó que podría ser un cazador, pero desechó la idea con las misma rapidez que le había venido.
El viejo volvió ha hablar.

-No les impresionaras mucho, matando a quienes no se pueden defender.

-¿De que hablas anciano?

-Vamos. No hagas como si nunca los hubieras escuchado. Como si nunca los hubieras obedecido. He conocido a muchos como tú. -Tras una breve pausa continuó diciendo.- Demasiados. Y ninguno de ellos lo bastante digno para ser recordado.

Los ojos de la bestia relampaguearon irradiando odio e ira por el insulto.
Soltó un gruñido y le habló.

-Más te vale que desaparezcas... si no... puedes acabar como él. Miró al niño de reojo

El anciano torció la boca con una mueca sarcástica.

-Demasiados. Y lanzó un suspiro.

La bestia con un movimiento rápido se lanzó contra el vagabundo acuhillándolo dos veces en el estomago. Este ni se inmutó. Y cuando quedaron frente a frente le sonrió.
La criatura se alejó del anciano unos pasos con la cara desencajada por el asombro y la frustación. El anciano no sangraba, ni una sola gota le salía de la herida.

-No me puedes matar. Aún no. Cogió el cuchillo por el mango y con un gruñido se lo arrancó lanzándolo al suelo.

-¿Quién eres? Volvió a preguntarle la criatura.

El viejo sin dejar de sonreír le contestó.

-¿Quién sabe? Aunque creo que ninguno de los tres somos lo que parecemos.

Otra vez cogida por sorpresa, la bestia retrocedió un poco más.

-¿Que tres?

-Tú... Yo... Y el cazador que se está dirigiendo hacía aquí.

El asesino giró su cabeza a ambos lados de la calle como si estuviera escuchando algo.

-¿Porque me avisas?

-Nada en especial me impide no avisarte. Nada en especial me impide retenerte. Pero a los ojos de ellos, un cazador si que es una buena presa. ¿No crees?

La bestia olisqueó el aire y empezó a dar síntomas de estar muy nerviosa.

-No caeré en tu truco, viejo. No esperaré al cazador. Tanto tú como yo sabemos que no podría ganarle.

El anciano respondió.

-Ellos no soportan a los cobardes.

La criatura gruñó. Tenía ganas de apuñalar al anciano hasta dejarlo hecho una masa sanguinolenta. Entonces, una idea se le pasó por la cabeza, una cosa era que no sangrará, pero... ¿Que pasaría si le amputara los brazos y las piernas?
Una sonrisa apareció en su rostro. Recogió su cuchillo del suelo. Volvió a olisquear el aire y miró al vagabundo.

-Nos volveremos a ver viejo... Nos volveremos a ver.

Dicho esto, se alejó corriendo.


SALVACIÓN

Por fin el cazador dio con el niño, pero era demasiado tarde. Al lado del cadáver había una figura agachada. Al principio pensó que podría ser un carroñero, pero no desprendía ese olor tan nauseabundo. Tampoco era humano, de eso estaba seguro.
Al acercarse más se dio cuenta que vestía como un mendigo.

-¿Ya se ha ido?

La figura se levantó y se giró hacía él. Era un anciano de pelo y barba grisáceos.

-Hace un rato, creo que esta noche ya no lo encontraras.

-¿Hacía donde se fue?

El anciano apuntó con su dedo por donde se había marchado la bestia.
El cazador cerró los ojos. Dejó que el vació entrará en él. Por unos segundos dejó de sentir todo lo que había a su alrededor y lanzó sus sentidos hacía donde el viejo había indicado. Nada, la bestia ya se había alejado demasiado. Volvió ha abrir los ojos y se encontró mirando de frente al anciano.

-Ya te lo he dicho, esta noche no lo encontraras. Pero no te preocupes, quedan más noches.

-Y más muertos. Respondió el cazador.

-Creo que en parte es culpa mía. Le avisé que venias. -El cazador le miró enfurecido, pero antes de que pudiera decir algo, siguió hablando.- Creí que así le retendría para que se enfrentara contigo. A veces, -siguió explicando el anciano- esas bestias tienen un orgullo mas grande que su cerebro. Pero está creo que apreciaba demasiado su vida. Ir matando hombres por la espalda, mujeres y niños no son grandes botines... Pero no te preocupes, lo encontraras, tarde o temprano.

-Eres un viejo muy extraño... ¿Cual es tú nombre?

El anciano soltó una leve risa.

-Mi nombre no tiene importancia...

Unas sirenas de coches de policía se empezaron ha escuchar a lo lejos.

-Más te vale que te vayas cazador, no tienes un aspecto muy normal...

-Lo mismo te digo anciano. Espero que nos volvamos a ver y que para entonces podamos presentarnos como es debido.

El cazador se alejó siguiendo el leve rastro que aun podía sentir del asesino y dejó al anciano y al niño.
El vagabundo vio alejarse al cazador y cuando lo perdió de vista se arrodilló junto al niño. Con una mano le cerró los ojos mientras con la otra trazaba dibujos complicados en su pecho con su propia sangre. Al acabar de trazar el último símbolo que era una espiral empezó a recitar un cántico con voz queda.
Cuando acabó, el vagabundo se levantó.
No había podido salvar su vida, pero por lo menos si le había salvado el alma.
Las sirenas cada vez estaban más cerca de la carnicería ocurrida esa noche.
Pero el anciano ya había desaparecido entre las sombras.


Aquí lo dejamos por hoy... Continuará...

Una mente atormentada

"Este relato trata sobre el odio, el miedo y la venganza.

El protagonista esta atormentado por su pasado e intenta mediante un acto de venganza poder superar todos sus traumas. El relato consta de una serie de mini historias que son los recuerdos del protagonista escritos en primera persona.

Aquí os dejo la primera parte, espero que os guste.

-El Carcelero"



LA VENGANZA ES MI VIDA

El día llegaba a su fin y un precioso atardecer rojo iluminaba el descuidado cementerio.

Una solitaria figura recorría cojeando el camino de gravilla sin prestarle atención a ninguna de las lápidas con las que se cruzaba.

El camino desembocaba en un mausoleo pero el visitante no le dirigío ni una sola mirada, en cambio, se desvió a la derecha y recorrio el verdoso campo lleno de malas hierbas hasta llegar a una tumba que en comparación con las que tenía alrededor se veía nueva.

Se arrodillo torpemente y recorrió con los dedos el nombre grabado que había en la lápida.

Mi viejo amigo... Dijo en voz baja.

Y por una última vez dejó que los recuerdos volvieran a él.


EL RECUERDO DE LA TRAICIÓN

Mi buen amigo.

Eras como un hermano para mí.

Te quería y aun te sigo queriendo… ¿Por qué lo hiciste?
Yo confiaba en ti, jamás hubiera hecho algo que te hiciera daño, me oyes. ¡Jamás!
Pero, ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué?
¡Mírate ahora! Estas hecho un asco, hiedes a muerto…
Tu cabeza... está destrozada, la sangre... tu sangre recubre todo tu cuerpo, el suelo, mis manos… ¿Por qué lo hiciste?
Tu pecho, lleno de cortes, moratones; puedo… ¡Puedo verte una costilla!
Tus brazos, separados de tu cuerpo.
¿Crees que te valió la pena hacerlo? Ahora seguro que te arrepientes, pero ya es demasiado tarde, ya no puedo remediarlo, ya no puedo… no puedo…
No llores ¡Me oyes! ¡No llores!
No me das pena, solo me das asco, un asco terrible, te odio. Te odio con todo lo que me queda de alma.
¡Ves este cuchillo! ¡Lo ves! Pues te ha atravesado más de treinta veces, una tras otra, sin descanso. Se te ha hundido en la piel, en tu carne, tus órganos hasta rozar tus asquerosos huesos…

¿Por qué lo hiciste? Aun no lo comprendo.
¿Recuerdas cuando nos conocimos? Me dijiste que siempre podría confiar en ti.

Después de todo no eras tan buen amigo mío. Espero que hayas sufrido tanto como yo.
Tus gritos… Tus gritos no me dieron lastima, tus ojos… Esos ojos que desprendían terror no consiguieron cegar mi ira.

Solo me queda una cosa por hacer.

Adiós amigo mío. Adiós.


EL RECUERDO DEL DEMONIO

La lluvia lo inundaba todo.

La sala era tan oscura como el alma de mi carcelero. El repicar de las gotas en el tejado era tan fuerte que no conseguía escuchar ni mis propios pensamientos.
Me volvió a hablar, pero no le entendí. Tampoco a él le pareció importarle porque me siguió golpeando antes de escuchar cualquier respuesta.
Hubo un instante en que dejé de sentir dolor, dejé de escuchar el repicar de las gotas, dejé de oler ese tufo a muerte que lo envolvía todo…
Las cadenas que me ataban se aflojaron y caí al suelo lentamente...

Fueron tan solo unos segundos, pero se me hicieron eternos.

Mis rodillas golpearon el suelo con un sonido ensordecedor.

Y me dejé llevar por la negrura que me envolvía...

Vi mi casa con su pequeño jardín de flores silvestres, la valla verde de madera con los rosales enredados cerca de la puerta…

Vi a esa pobre mujer que se despedía de mí con todo el cariño que una madre le puede dar a un hijo. A través de la ventana podía ver a mi padre sentado en su sofá preferido viendo la televisión… Si lo hubiera sabido… Jamás me hubiera ido… Jamás…
Nunca más volví a verla, esa misma tarde cuando llegué del colegio había policías por todo el vecindario y una ambulancia en la puerta de mi casa. Unos enfermeros llevaban a alguien en una camilla, le cubría una manta totalmente ensangrentada.
Por mucho que pasen el tiempo no podré olvidar la imagen de ese bastardo mal nacido salir esposado de mi casa, por mucho que pasen los años no podré olvidar sus palabras.

-Tranquilo hijo mío, papa pronto volverá a casa a buscarte…

Volví a abrir los ojos.

Mi cuerpo, ya moribundo se abalanzó contra el suelo. Mi cara pego de lleno contra un charco que se había formado con mis propios orines. No sentí miedo… Solo sentí tristeza.
Pese a todo, y no sé porque, sonreí. No sentía dolor, no sentía ninguna de mis heridas, ni tampoco la sangre escurriéndose por mi rostro y mi cuerpo. No sentí la última patada en mi cabeza.

Después de tantos años, después de tantas terapias, de tantos psicólogos, de todos los que me llamaron paranoico y esquizofrénico… Después de todo eso, al final yo tenía razón. Él estaba vivo. Él me estaba buscando… Y me había encontrado.


Aquí lo dejamos por hoy... Continuará

jueves, 13 de mayo de 2010

El conocimiento es poder

"Existen libros capaces de desentrañar los misterios mas macabros. Libros poderosos capaces de volver locos a sus lectores, devorar su alma o convertirlos en seres oscuros sedientos de poder.

Yo quería crear uno de esos libros.

Bajo la etiqueta del Manuscrito Rojo iré poniendo páginas de uno de esos libros malditos, páginas que explican como desterrar o invocar de nuestro mundo a criaturas blasfemas o traducciones que se han encontrado en algunos lugares impíos.

Este minirelato que pongo habla sobre un libro de ese tipo.

En las próximas entradas ya iré subiendo el libro en sí.

Espero que os guste.

-El Carcelero."


EL MANUSCRITO ROJO

El manuscrito se encontraba encima del altar, al alcance de cualquier mano caprichosa que quisiera cogerlo. Toda la búsqueda de una vida, allí, por fin a su alcance.

Sus manos temblorosas por la inmortalidad del momento tardaron unos segundos en cogerlo y acariciarlo, aunque para él fueron años y sus manos envejecieron aun más de lo que ya estaban. Al abrir la primera página y posar sus ojos en las primeras palabras no pudo reprimir el llanto de felicidad que sentía en ese momento. Tan solo pudo leer una frase entre sus propios sollozos.

"La muerte es el principio de la eternidad."

Todo a su alrededor se fundió en un tono oscuro, el libro se le resbaló de las manos y los dos cayeron al suelo. El anciano se llevo una mano a la garganta en un intento de inhalar aire…
Mientras aún en sus últimos momentos intentaba alcanzar el libro al que debía su vida y su muerte, le vino a la mente las únicas palabras de su asesino...

Su rostro se aflojó y una ligera sonrisa surgió de su cadavérico rostro…

Lobos entre los hombres

"Llevo unos días pensando que historia poner. No sabía si seguir con El Carcelero o empezar otra.
Al final he decido subir los principios de todas mis historias. Porque, pese a que ocurren en tiempos, realidades y universos diferentes todas están conectadas por algo.
El siguiente relato es otro que a mi me gusta mucho, en este hay más acción y en su primer capítulo nos presenta a la mayoría de los protagonistas.

Aquí os dejo parte del primer capítulo, espero que os guste.

-El Carcelero."


CAPÍTULO 1

EL DEPREDADOR

Era una noche de invierno. La ciudad dormía. Pocos eran los que al esconderse el Sol se atrevían a recorrer sus calles. La Luna, tímida ella, acababa de dejarse ver al salir de una nube.
Su luz mortecina se reflejaba en el agua estancada de un estrecho callejón lleno de inmundicia.

-¡Corre!

El niño miró a su padre que estaba de rodillas en el suelo, sangrando por una terrible herida en el costado.

-¡Corre! Volvió a gritarle su padre.

-No quiero. Balbuceó el niño gimoteando.

-¡Por Dios, vete! ¡Corre! El padre escupió sangre. ¡Se está acercando! Consiguió decir mientras se reponía.

-Papa...

-Corre. Le suplicó el padre en un último intento para que se salvara.

El niño, con los ojos llenos de lágrimas, hecho una última mirada a su padre y se alejó corriendo del callejón.
Una de las puertas que daba al callejón se abrió lentamente.
El hombre intentó levantarse, pero le dolía tanto la herida que no pudo.
Escuchó unos pasos que se aproximaban pausadamente.
Hizo un último intento pero las fuerzas le fallaron.
-No te preocupes. Le dijo una voz al oído. Pronto se reunirá contigo.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente, pero ya no veían nada.
Mientras el asesino sacaba el cuchillo de la garganta del pobre desgraciado, olisqueó el aire.
Limpió su arma con la chaqueta del muerto y salió a paso ligero del callejón.


EL VAGABUNDO

Viejo, con una larga túnica marrón, grisácea en algunas partes y llena de mugre. Llevaba la capucha hechada.
Iba caminando por la solitaria calle buscando un refugio donde poder dormir. A menudo le venían violentos ataques de tos en los que tenia que apoyarse para no caerse. Albergada la esperanza de encontrar un banco con cajero automático que estuviera vacío y así poder resguardarse del frío y de la noche.
Cuando por fin lo encontró y se dispuso a entrar, escuchó unos pasos cortos a toda carrera que se dirigían hacía él. Giró su encapuchada cabeza y vio pasar por su lado a un niño de unos ocho años llorando, a toda la velocidad que le daban sus pequeñas piernas.
Se lo quedo mirando hasta que dobló a la izquierda en la siguiente esquina. Al final dejó de escuchar los pasos de aquel extraño niño que ni siquiera le había mirado y con un suspiro de resignación abrió la puerta a su humilde pero acogedor dormitorio.
Al cerrar la puerta y hechar el pestillo para que nadie le interrumpiera lo que iba a ser un apacible sueño, vio a un hombre que le estaba mirando justo detrás de esta.
Sus ojos se encontraron un solo instante y el extraño prosiguió su camino.

Ahora lo entendía todo...

Musito por el niño una antigua plegaria en un extraño idioma a un dios ya olvidado.
Por suerte, pensó, esa bestia no me ha reconocido. Y aunque lo hubiera hecho. ¿Que me podría hacer?... Nada, absolutamente nada. Ni tan siquiera me puede arrebatar lo único que me queda.
Cuando se sentó en el suelo y se dispuso a dormir un tremendo vacío le inundó.

-¿Pero, que puedo hacer? Se dijo en voz alta. Nada, no puedo hacer nada.

Un ataque de tos le hizo doblarse por la mitad.
No puedo hacer nada. Se volvió a decir.
Mientras se le pasaba el ataque se levantó moviendo negativamente la cabeza y salió del cajero.
Con un suspiro se dirigió hacia la esquina donde había perdido de vista al niño.


EL CAZADOR

El cuerpo del muerto yacía en el suelo boca abajo. Se le apreciaba un terrible corte en la nuca que seguramente le había atravesado la garganta.
Un hombre estaba observando el cuerpo con suma atención. Se agachó para darle la vuelta al muerto y entonces vio un segundo corte en un costado, la sangre aun manaba de los dos tajos y en el suelo había un riachuelo rojo que se perdía hasta la entrada de una alcantarilla.

-Bueno... Ya he encontrado al marido. Dijo en voz baja.

Se incorporó y la luna le iluminó.
Tenía el pelo largo, le llegaba hasta la mitad de la espalda. Llevaba unos pantalones negros y una gabardina sin mangas de cuero del mismo color.
En sus brazos llevaba unas muñequeras metálicas con púas y sus botas tenían la punta de hierro rematada en tres pequeñas cuchillas.
Volvió a mirar la puerta por donde había venido. Dentro de aquella casa había encontrado la mujer también muerta. Unos carroñeros se cebaban con su cuerpo. Había tenido que matar a dos para que los otros cuatro salieran huyendo. Menudas bestias mas cobardes, pensó.
Cuando un depredador salía de caza, siempre los carroñeros hacían su aparición devorando los cuerpos de las víctimas. Las malditas bestias tenían un sexto sentido para saber cuando iba ha haber comida fresca.
Volvió a mirar al muerto. Ahora solo le quedaba por encontrar al niño.
Por un momento perdió toda la esperanza de encontrarlo vivo.
Salió del callejón y miro la luna.
Estaba casi completa y desprendía una luz que le ayudo a calmar su creciente pesimismo.
Siempre hay un rayo de luz en la creciente oscuridad, pensó.
Detrás suyo escuchó los sigilosos sonidos de los carroñeros acercándose al muerto. Tuvo que refrenar el impulso del volver a entrar y matar a todas esas despreciables criaturas.
Lo más importante ahora es el niño, se dijo.
Cerró los ojos haciendo caso omiso de los desagradables ruidos que hacían los carroñeros dándose un banquete con el cadáver.
Durante unos segundos todo quedo en silencio y escuchó unos cortos pasos corriendo.
Al volverlos a abrir cruzo la calle, recorrió otra pasando por un banco y giró en la siguiente esquina a la izquierda.


"Y por aquí lo dejamos por hoy.... Continuará..."

miércoles, 5 de mayo de 2010

Una mala elección

"Cuando le puse el nombre al blog, lo hice pensando en una historia que es bastante mas larga que las que normalmente escribo (Las cuatro frases de En Construcción están basadas también en este relato). Para ser sinceros aun no la he acabado y ya tiene cinco capítulos.

Por algún extraño motivo es una de las historias de las que mas orgulloso me siento (Supongo que és por lo de los cinco capítulos).

No tiene un título aun, aunque yo siempre la llamaba El Carcelero. Por eso rebuscando un poco me salió La Prisión de Mentes, aunque no es precisamente eso lo que haya en sus celdas.
Aquí os dejo el prologo.
Espero que os guste.

-El Carcelero"


EL PRINCIPIO DEL CAMINO

"Por fin lo había encontrado. ¿Cuántos cadáveres había en el jardín de su casa? ¿15? ¿20? Aun no los habían desenterrado a todos.
Aquel bastardo estaba malherido y se apoyaba contra la pared del callejón, podía oír su respiración entrecortada.
¡Alto!, le grité.
El asesino se dio la vuelta lentamente, estábamos tan solo a unos seis metros, pero en casi la total oscuridad que reinaba en esa noche sin luna no distinguía bien sus movimientos.
Las manos en alto. Volví a gritar.
Yo le apuntaba con mí revolver, y pensé que él estaba desarmado.
Aquello fue mi error.
Me disparó y sentí un fuerte dolor en el cuello. Mientras mi cuerpo se abalanzaba contra el suelo, creo que le disparé yo también. Por el rabillo del ojo lo vi caer. De eso estoy casi seguro.
Oscuridad… ¿Durante cuánto tiempo? No lo sé. Sinceramente, no recuerdo cuanto tiempo estuve en ese estado, ni tan siquiera si me mantenía despierto. No recuerdo nada de lo que ocurrió después de que nos disparáramos.
Entonces, como si me despertara de una terrible pesadilla, escuché algo.
Primero, no supe reconocerlo.
Aquel sonido, se fue acercando poco a poco.
Alguien gritaba un nombre.
Parecía la voz de un niño.
Y el nombre que gritaba… era el mío.
Los gritos se fueron acercando, hasta que de repente cesaron. Entonces escuché sus pasos acercándose a mí, supongo que me vio allí tirado.
Yo no podía moverme, no podía responderle, ni tan siquiera podía abrir los ojos. Mi cuerpo no respondía, y lo sentía frío y entumecido.
Note un aliento en mi oreja, y el niño me hablo.

-Abre los ojos.

Con un espasmo, abrí los ojos y me incorpore sentándome en el suelo. Era de día. Estaba donde me había disparado el asesino, mis ropas estaban llenas de sangre reseca, así como mi cuello y mi cara. El suelo a mi alrededor estaba totalmente teñido de rojo.
Busque con la mirada al niño, pero allí no había nadie.
Entonces me di cuenta de algo que hizo que me recorrieran escalofríos por todo mi cuerpo.
Pese que era de día, no escuchaba ningún sonido. No me refiero a que me hubiera quedado sordo. Yo oía mis propios sonidos, la ropa al moverse, el ruido que hacía al levantarme del suelo. Lo que no escuchaba es cualquier sonido que se pudiera escuchar en una ciudad a pleno día.
Lentamente salí del callejón a una de las calles principales. Vacía. No puedo explicar lo que sentí en ese momento. No había nada ni nadie. Ni un sonido, un mísero sonido. Grité, grité con todas mis fuerzas, pero nadie me respondió.
Mi mente estaba abotagada y no podía pensar. Entonces recordé al asesino. Recordé que me había disparado en el callejón. Me agarré el cuello y palpé. Nada. No parecía que allí hubiera una herida.
Una voz me sobresaltó.

-Estás muerto.

Me giré rápidamente y delante de mí encontré a un niño, no debía de tener más de seis años. Iba totalmente desnudo y su cuerpo estaba lleno de unos tatuajes que formaban escenas violentas, donde la muerte y la agonía quedaban reflejadas.
Supongo que debió ver mi cara de pasmo que había puesto al verle, así que me volvió a hablar.

-Estás muerto.

Su voz, pese que era la de un niño, no tenía ninguna inflexión, ningún tono, carecía de toda expresión y su cara tampoco reflejaba ninguna.

-No… no puede ser. Le dije. Aunque sabía que era cierto.

Le miré a los ojos, eran unos ojos que emanaban compasión, ternura, tranquilidad, era como si dijeran: No te preocupes, ahora me ocupo yo de todo.

-Entonces…. ¿Qué? Le pregunté.

-Dame la mano. Contesto él.

Y se la di...
Nos pusimos a caminar por la ciudad sin prisa. Parecía que íbamos sin rumbo, tomando las calles por su propio capricho. Yo tenía miles de preguntas que hacerle, jamás he sido creyente, pero en ese momento una duda me carcomía por dentro.

-¿A dónde vamos? ¿Al… infierno? Me atreví a preguntarle, temeroso por todas las malas acciones de mi vida.

Nos paramos en seco, y mirándome fijamente a los ojos mostrando por primera vez una emoción con una sonrisa, me respondió:

-No.

-¿Al cielo? Volví a preguntarle.

Sin dejar de sonreírme me contesto.

-Ya lo veras… ya lo veras.

Y seguimos avanzando por la ciudad hasta que nos perdimos en el horizonte."

Cuando terminó de hablar sus ojos parecieron volver de un lugar muy lejano y enfocaron a las tres figuras que tenía delante.
Sin mediar palabra miró a ambos lados de la oscura y vacía sala donde se encontraban, cogió un manojo de llaves que tenía en su cinturón y se dirigió hacia una puerta que había a su derecha, sobresaltando a los otros tres, ya que hubieran jurado que antes no estaba.
Cuando la abrió, quejidos y lamentos surgieron de ella. Se escuchaban lejanos y algunos solo eran un eco que parecía que había recorrido kilómetros enteros de pasillo antes de llegar hasta la sala.
Sin girarse y mirando fijamente por el oscuro pasillo que tenía delante suyo les volvió ha hablar.
Su voz sonó resignada.

-Así es como acabé en este maldito lugar. Jodido niño y sus sonrisas. Menudo bastardo. ¿Y vosotros? ¿También confiasteis en él? ¿Le disteis la mano?...
Supongo que sí… Si no, no estaríais hablando conmigo.
Bienvenidos a su reino.
Mi nombre hace tiempo que lo olvidé, pero todo el mundo de por aquí me llama el Carcelero. Y ahora seguidme… Os enseñaré vuestras bonitas celdas…

lunes, 3 de mayo de 2010

Sombras y Miedos

"Pese a que no he terminado de trastear las opciones para configurar el blog me apetecía poner mi primer relato.

El relato que voy a poner es uno de los primeros que escribí sobre una entidad que se dedica a manipular a su antojo y diversión a la humanidad. Siempre que una persona sufra dolores extremos, terror o ira homicida puede atraerlo hacia él ya que se alimenta de esas emociones.

Bueno no me entretengo más y aquí tenéis mi primer relato de este blog. Espero que lo disfrutéis tanto como lo hago yo escribiendo.

-El Carcelero"


LA SOMBRA DEL OLVIDO

-¡Di mi nombre! ¡Di mi nombre!

Mientras repetía esto una y otra vez aquel loco iba golpeando la cabeza de un hombre contra la pared del almacén. Yo estaba tirado en el suelo en medio de los cadáveres, medio desangrado haciéndome el muerto. Cuando hubo convertido la cabeza de aquel pobre hombre en pulpa sanguinolenta lo tiró a un lado. El loco era condenadamente fuerte, con un solo brazo lo había lanzado más de tres metros.
Balbuceando algo que yo no podía entender, se puso de rodillas en el suelo entre los cadáveres de todas sus víctimas. Habría unas nueve personas, aunque podría haber más, ya que mi posición y la oscuridad que reinaba no me permitían ver muy bien.

-¡Di quién soy!

Volvió a decir gritando contra el techo.
Se dejo caer del todo, abatido. Con el cuchillo que llevaba se puso a juguetear con el cadáver más cercano.
Yo tenía un intenso dolor, el muy bastardo me había acuchillado cuatro veces y como me desmayé me había dado por muerto. Yo había sido el primero. Cuando desperté ya estaba gritándole a su tercera víctima, al cabo de las horas perdí la cuenta.
Un tremendo cansancio se apodero me mí. Lentamente mis ojos se iban cerrando contra mi voluntad. En esos momentos no sentí miedo, solo sentí tristeza.

Oscuridad…

Sentí frío.
Primero fue en mi cara.
Después fue bajando… cuello, torso, brazos y piernas.
Era un frío intenso, que me hacia dolerme todo el cuerpo.
Abrí los ojos y grité de dolor…

Me quede estupefacto. Aquello no podía ser realidad.
Estaba de pié en lo alto de una montaña nevada. Las nubes estaban tan cerca que parecía que si alargaba el brazo podría acariciarlas. Un viento helado me recorría todo el cuerpo. Al fondo podía ver toda una cadena de montañas y justo debajo del saliente donde yo me encontraba un valle de un verde exuberante con un enorme lago que reflejaba como un espejo el cielo.
He muerto. Pensé.

Entonces, con el silbido del viento vino el murmullo de una risa.
Al principio no fue más que un susurro, que fue subiendo de intensidad hasta convertirse en algo estridente y que producía dolor en los oídos.
Busqué por todo el saliente al que producía ese sonido abstracto, pero allí no había nadie conmigo.
El sonido se hizo insoportable y mis oídos comenzaron a sangrar. Entonces chillé de dolor y alce la vista al cielo.
Y allí le encontré. Me miró y dejo de reír.

No sabría decir si era hombre o mujer, o si iba vestido o desnudo. Tampoco recuerdo ningún rasgo de su cara o su pelo, tan solo recuerdo sus enormes alas negras como las de un cuervo.
El Ángel negro… así es como lo llamo yo.
Encontrarse frente a él es algo inigualable. Ante su presencia sientes el miedo, la ira, el odio, la alegría, la tristeza, el dolor y el placer todo junto. Mientras estas a su lado tus sentidos se alteran… Puedes ver otros mundos, otras razas… Tus oídos son capaces de captar hasta el sonido que produce un copo de nieve al fundirse con otro… Tu alma se expande hasta convertirse en una luz capaz de igualar a las mismísimas estrellas. No existe nada que pueda igualar la experiencia de conversar con él.
Se poso suavemente en la nieve y me habló.
¿Qué me dijo?
No… No lo recuerdo.
Solo recuerdo cuando volví en mí.

Seguía en el almacén. Aquel loco ya se había ido. Me había dejado, se había pensado que estaba muerto. Me levanté despacio pensando en mis heridas. Pero por poco me desmayo al darme cuenta que no sentía ningún dolor y que habían desaparecido. Anduve entre los cadáveres hasta que encontré el cuchillo del loco. Estaba lleno de sangre con trozos de carne pegados a él.
Por el rabillo del ojo noté como algo se movía cerca de mí.
Me acerqué poco a poco. Tendido en el suelo entre los muertos, había un hombre aun vivo. Estaba malherido pero por suerte seguía con vida. Cuando me acerqué más y conseguí verle la cara, de la impresión que sentí dejé caer el cuchillo al suelo.
Era Yo.

Quise llamarme, pero no recordaba mi nombre. Me quede petrificado. Yo, o mejor dicho él, me miró a los ojos. No pareció reconocerme. Escupió sangre por la boca.
¡Dios! ¡Se iba a morir!
Entonces un terrible escalofrío me recorrió el cuerpo al darme cuenta de que yo no recordaba nada de mí, ni mi nombre, ni quién era, ni ningún rasgo de mi pasado. Y aquel hombre moribundo era yo y al morir, se llevaría mis recuerdos con él.
-¡Di mi nombre! Le grité.
-¡Dilo!
-¿Cómo me llamo? ¿Cómo…?
Pero yo ya no escuchaba, había muerto.
Grité. Grité con todas mis fuerzas. Pateé los cadáveres, golpeé las paredes. No sé durante cuánto tiempo estuve allí convertido en un demente.
Ya no tenía recuerdos, mi mente estaba vacía de todo cuanto había vivido. Ya no tenía nombre… No tenía nada…
Me tiré al suelo llorando entre los cadáveres.
-Ya no tengo nada… nada…
Y una voz me respondió.
-Te equivocas, me tienes a mí.
Mi Ángel Negro. Mi mesías. Mi salvador. Mi maestro. Él es la luz que guía mis acciones, él es el camino que sigo, él es juez y jurado. Y yo… yo soy la soga que rodea el cuello de los culpables.

En construcción...

Una interminable hilera de esclavos trabajaba la piedra negra. La golpeaban delicadamente con punzones y martillos para darle la forma que su amo necesitaba para decorar su nueva cámara de tortura.
Su rítmico golpeteo resonaba por todos los pasillos y celdas de esa parte de la fortaleza.
Dos figuras se encontraban en la entrada de la sala de artesanos.

-Dime, -dijo el mas bajo de los dos, que medía como un niño de ocho años.-como va la construcción de las nuevas celdas.

-En menos de una semana estarán acabadas mi señor. -Respondió la otra figura.- Aunque si lo desea podemos empezar a ocupar las celdas que ya están terminadas.

La pequeña figura levantó la vista pensativo.

-No, no es necesario. Quiero seleccionarlos personalmente.

-Como desee.

El pequeño amo se dio la vuelta y se alejo por el oscuro pasillo dejando a su interlocutor contemplando el trabajo de los esclavos artesanos.

"Trabajad, trabajad. Que cuando vuestras delicadas habilidades ya no les sean útiles, probareis las suyas."
Y con este pensamiento sombrío se alejó en pos de su dueño.