lunes, 27 de junio de 2011

Falsas esperanzas

"Hoy seguimos con la historia del carcelero.
Este capítulo es muy cortito.
Espero que os guste.

-El Carcelero."


LA HABITACIÓN

Se encontraba en una sala de reducidas dimensiones, al abrir una puerta se había topado con ella. Como en aquella fortaleza nada ocurría por casualidad y además en todos sus siglos de servicio era la primera vez que la veía decidió entrar y explorarla mejor.

La sala tenía una forma ovalada y unos tres metros de largo por dos de ancho. Pero lo que más le había llamado la atención eran unos ventanales con los pórticos cerrados que había en la pared. Desde que llevaba al servicio del niño había vivido en la profunda oscuridad de los corredores de la fortaleza tan solo alumbrados por las antorchas. Y después de tanto tiempo a oscuras ver un simple indicio de que en verdad había un mundo tras esa fortaleza le había hecho nacer en él una extraña esperanza de que algún día la terrible pesadilla que era su vida terminara.
 
Se acercó a los ventanales y cuando se disponía a tocar los pórticos que eran de hierro negro decorado con formas obscenas de torturas una voz detrás de él le detuvo.

-¿Nunca habías estado aquí?

El carcelero ni siquiera se dio la vuelta para responder mientras la desesperación volvía a instalarse en su corazón.

-No, mi señor.

-¿Qué crees que encontraras detrás de esas ventanas?

El carcelero se dio la vuelta y miró a su señor. Tenía en la mirada un brillo extraño pero su sonrisa perpetua seguía allí.

-¿Qué encontraré mi señor?

-Ábrelas y lo descubrirás.

-¿Puedo?

-Claro, claro. Y cuando acabes ven a verme.

Se giró y se fue por la puerta, pero antes de que sus pasos se dejaran de oír por el corredor volvió a llegar su voz.

-¿Elegiste ya tu sustituto?

El Carcelero fue hasta la puerta y miró en ambos lados por el corredor. No vio al niño, pese a ello gritó en la dirección en que pensaba que se había marchado.

-Sí, mi señor.

Esperó en la entrada de la habitación mirando hacia la oscuridad del pasillo pero no le llegó ninguna respuesta.
Ahora se encontraba otra vez solo.
Cerró la puerta detrás suyo y se encontró con la oscuridad de la habitación, ya que en esta no había antorchas. Entonces al levantar la mirada hacia las ventanas, la vio.
Uno de los pórticos desgastado por los siglos no encajaba del todo en la ventana y dejaba pasar un mínimo rayo de luz titilante que iba desde la ventana hasta el suelo.

Lloró. Sus lágrimas le resbalaban por su sucia cara. Mientras se acercaba a ese débil rayo de luz no podía dejar de llorar.
Alargó su brazo para que la luz lo tocara. Lentamente hizo que su mano la tocase, la acariciase. Llevado por un arrebato de alegría desatranco los pórticos y con un golpe los abrió.

Dejó de llorar. Y sus brazos que estaban en alto para recibir los cálidos rayos del Sol le cayeron flácidos a los costados.
Ante él había otro pasillo oscuro alumbrado por una antorcha que estaba justo enfrente de la ventana.

Se dejó caer en el suelo y estuvo allí tendido durante horas, días y años. Si alguna vez tuvo esperanzas de salir de aquel horrible lugar, dejó de tenerlas. Si alguna vez tuvo esperanzas de volver a sentir el calor del Sol en su maltrecho cuerpo, dejó de tenerlas. Si alguna tuvo esperanzas de sentir el aire acariciándole el rostro, dejó de tenerlas.

Quiso morir, pero como siempre, no pudo.


Y aquí lo dejamos por hoy...

lunes, 20 de junio de 2011

Un bello paisaje

"La Sombra del Olvido, el Ángel Negro, el Corruptor... tiene miles de nombres. En cada mundo, en cada realidad se le llama de una forma diferente. Pero su misión es siempre las misma. Que traiciones. Que te vuelvas contra tus amigos, tus seres queridos. Que traiciones tus principios. O simplemente que por un capricho cuando tu mente está ofuscada por el dolor o la desesperación cometas los actos mas depravados contra tus semejantes.

Aquí os dejo con el siguiente relato de está criatura. Espero que os guste.

-El Carcelero"


EL CIELO EN LLAMAS

Cuando era niño me divertía jugando a ser soldado. Disparaba mi fusil y lanzaba granadas a unos enemigos imaginarios con unas armas que eran ramas de arboles, bellotas o piedras. Luchaba contra cientos de enemigos o miles, y los mataba uno a uno o por decenas sin que ellos llegaran a herirme.
A veces para dar mas tensión al juego me herían y tenia que seguir combatiendo arrastrando una pierna o solo disparando con un brazo...

Sentí que era zarandeado por una fuerza divina, volé, fui arrastrado varios metros por el suelo y al final me detuve. Durante unos segundos no entendí donde me encontraba.
Mis ojos me enviaban imágenes pero debían de tratarse de una pesadilla. Estaba tumbado boca arriba  y veía un cielo de color rojo sangre. Parecía que estaba en llamas. Giré mi cabeza y vi una pared de fango y tierra semi derruida con lo que parecían ser las piernas de una persona enterradas en ella.
Volví mi cabeza hacia el otro lado y vi un hombre de uniforme tirado al lado mio, le faltaban la mitad del torso y un brazo, sus ojos impregnados de un profundo horror me miraban suplicantes. Aun así, me di cuenta de que estaba muerto. La escena era totalmente irreal porque faltaba el sonido, intente levantarme pero no pude, notaba como la tierra se estremecía de una manera brutal.

Entonces llegó el sonido.

No fue poco a poco, sino que vino de golpe, fue como un puñetazo en la cabeza.

Los gritos. Las explosiones. El sonido de las ametralladoras de fondo. Y al enfocar la vista vi a un hombre agachado al lado mio hablándome.

-No te preocupes –Decia gritando. Te pondrás bien. No te muevas. Ahora llegan los médicos. Su voz estaba temblando, no se si de miedo o pesar. – Sanitarios, sanitarios- Decía al aire. Girando moviendo su cabeza hacia todos lados.

Intenté hablar pero no pude.

Se levanto mientras seguía gritando y algo le impacto en un hombro, vi como su brazo era arrancado de cuajo y él sin un solo lamento rodó por el  suelo de fango.

Desapareció de mi campo visual y no sabia si seguía vivo o muerto. Entonces me sentí un poco culpable al no importarme lo que acababa de ver. Aunque tampoco sabía quién era ese hombre. Él supongo que me conocía, ya que se notaba angustiado por mi situación.

Pero, ¿cómo me encontraba yo?, Él había llamado a los sanitarios, aunque yo no sentía ningún dolor... aunque tampoco sentía mi cuerpo ni podía moverme, solo el cuello y no mucho.

Supongo que todo ese espectáculo infernal me estaba afectando a la cabeza, ya que tampoco me importó. No sentía miedo. No se porqué solo sentía una enorme tristeza.

Entonces intenté apartar de mi mente todos los brutales sonidos que había  a mi alrededor y me concentré en ese cielo tan hermoso. Ese color rojo anaranjado, que le deba una textura como en llamas. Precioso pensé. Un espectáculo digno del hombre. No dejaría de contemplarlo nunca.

Los sonidos desaparecieron tal y como habían venido. El cielo rojo fuego era lo único que veía.
Apareció un punto negro detrás de una nube de color escarlata. Aquello me molestó. Ya que ensuciaba la uniformidad del paisaje. Poco a poco fue creciendo, y me di cuenta de que se acercaba a mi. Cuando se acercó lo suficiente para distinguir que era, mi ojos vieron la silueta de un hombre con alas. Me reí por lo absurdo que me pareció. Aunque ese sonido tampoco me llegó. Las alas se fueron haciendo mas nítidas mientras se acercaba y pude distinguir que eran como las de un cuervo, negras y esplendorosas, aunque la figura seguía igual de borrosa.

Por unos segundos cerré mis cansados ojos, por haberlos tenido tan fijos en aquella locura, y al abrirlos aquel ser estaba justo encima mio.

Me habló. Aunque no recuerdo lo que me dijo.

Sentí un gran cansancio y volví a cerrar los ojos.

Pasé horas, días, años, décadas o siglos con los ojos cerrados, no se, me pareció una eternidad, aunque al abrirlos me encontraba mirando ese cielo rojo fuego pero desde una perspectiva muy distinta.

Me encontraba en la cabina de un avión enorme, podía escuchar el sonido de los motores, notaba la presión que ejercía la velocidad sobre mi cuerpo, no me maravillé de que sabía pilotarlo, aunque debería haberlo hecho.

Solo podía contemplar el cielo. Que maravilloso espectáculo.

Un pitido me indicó que había llegado a mi destino.
Distraidamente, sin apartar los ojos de aquel bello paisaje, apreté el botón que soltaba la carga de muerte que llevaba sobre las trincheras donde se encontraba mi antiguo cuerpo.

No me importó.

Mientras pudiera seguir contemplando ese maravilloso espectáculo de color de fuego, no me importaría nada.

lunes, 13 de junio de 2011

El consuelo de la mentira

"Hoy seguiremos con el relato de La venganza es mi vida. Esta es la última parte.

Espero que os guste.

-El Carcelero"


EL RECUERDO DEL ÁNGEL

Me desperté tiritando en el suelo, entreabrí los ojos sin saber muy bien donde estaba.
Al instante reconocí la habitación. Seguía estando a oscuras y tenía frío, mucho frío. Mi boca estaba empalagada con el sabor a sangre. No podía moverme, no estaba atado, pero no podía.
Ya no llovía. Ya no se escuchaba nada, solo el latido de mi corazón y mi respiración entrecortada.
Intenté de nuevo levantar un brazo pero el esfuerzo fue inútil ya que este no respondió.

¿Cuánto tiempo llevaría en aquella maldita habitación?

Quise gritar pero tan solo salió de mi boca un quedo murmullo.

¿Para eso había despertado? ¿Para no poder hacer nada? ¿Para ser consciente de que iba morir?

Entonces… entonces escuche mi nombre.
Me sobresalte. Ya que quién me llamaba era una mujer. Mi nombre se repetía una y otra vez, cada vez más cerca, más cerca. Conseguí ladear un poco la cabeza y enfocar los ojos en una mancha que se acercaba a mí lentamente. No supe quién era hasta que la tuve a un metro escaso de mí.

Madre… Le conseguí susurrar. Y la habitación se iluminó.

Ella estaba allí, mirándome. Su cara de mujer amargada por las continuar palizas de su marido. Sus ojos, esos ojos tan enternecedores que solo con mirarlos sanaban el alma.
Se agachó y me acarició el rostro con ternura. Pude sentir ese tacto tan suave otra vez.
Con su ayuda conseguí ponerme en pié. Nos miramos a los ojos unos segundos. Entonces me soltó y se alejó de mí.

¡Madre! Grité con todas mis fuerzas.

Pero ella ni tan siquiera se giró. Intente seguirla pero casi no podía moverme.
Y tal y como había venido se fue. Y la oscuridad volvió a inundar la habitación.


EL RECUERDO DE LA VENGANZA

Durante los siguientes seis años estuve buscando a ese bastardo. Durante ese tiempo y en uno de mis viajes por el país te conocí, mi fiel amigo, mi único amigo. Me enseñaste tantas cosas. Aprendí tanto contigo.
Me devolviste a la vida y por unos momentos olvidé mi rabia y mi odio.
Aun no he superado tu muerte. Aun siento tu voz en mis pesadillas. Aun estoy aprendiendo de ti.

Cuando por fin encontré a ese mal nacido se había vuelto a casar. Durante semanas lo estuve siguiendo. El muy cerdo había vuelto a tener hijos. Tres pobres niños que seguro que ya habrían probado sus castigos. El mayor tendría más o menos mi edad, y los otros dos no superarían los quince años.

¡Por fin te he encontrado! ¡Por fin pagaras por todo lo que me has hecho!

Durante los últimos cuatro días antes de  mi venganza casi no pude dormir. A todas horas veía su cara. Cogía con fuerza mi cuchillo y sentía como penetraba en su asquerosa carne, podía sentir su sucia sangre resbalándose por mi mano. Podía ver sus ojos de terror. Esta vez me las pagaría, por todos los infernales años que pase por su culpa.

Recuerdo aquella noche como si la estuviera viviendo.

Conseguí colarme en su casa sin hacer saltar la alarma. Mi corazón iba tan rápido que parecía que se me iba a salir del pecho. En mi estomago, un terrible cosquilleo lo recorría, y mi respiración era tan entrecortada que parecía que iba a despertar a toda la casa. Sentí mucho miedo, pero algo me hacia seguir adelante, algo me decía que todo terminaría esa noche, que si terminaba con él dejaría de sentir ira, rabia, odio, que mi agonía se desvanecería como hace la noche ante un nuevo amanecer.
Poco a poco me fui deslizando hasta su cuarto. Allí lo encontré, abrazado a su pobre mujer mientras dormían. Lentamente me acerque hasta él. Contuve la respiración para que mis jadeos de ansía no me delataran.

Le apuñale en el cuello. Un  gorgoteo salió de su boca mientras se desangraba.

Las piernas me flojearon. Casi me caigo al suelo.
Me sentí tan aliviado. Todos los años perdidos de mi vida, culminaban en esa acción.
Me sentí tan bien, me sentí realizado, mi vida había valido para algo.
Mi venganza estaba completa. Ahora ya era libre. Ahora todo volvería a ser como antes. Volvería a mi casa con madre. Se volvería a despedir de mí para ir al colegio. Volvería a acariciarme con sus enternecedoras manos. Volveríamos a estar juntos y ahora todo sería perfecto porque el monstruo estaba muerto.

Madre… Madre…

El grito de su mujer me asustó.
Tuve que hacerlo.
No tenía otra opción. Despertaría a todo el vecindario. Acabe con ella de dos puñaladas en la cabeza.
Escuche el ruido de unos pasos que se dirigían a la habitación.
No me dio tiempo a pensar. Salté por la ventana que daba a la calle. Y huí.

A veces, aunque solo a veces, en mis sueños escucho los gritos de los niños al encontrarse a sus padres muertos. Pero el monstruo tenía que morir.
Sigo cojo por la caída y la herida me duele al caminar. Pero todos los males que mi cuerpo soportan ahora no tienen comparación con los que mi alma sentía antes.


EL FINAL DEL CAMINO

Mientras la noche caía sobre el cementerio la solitaria figura se levanto con dificultad.
Apoyó una de sus manos en la lápida para poder sostenerse mejor. Su mente aun no podía descansar del todo, aun le quedaba una cosa por hacer. Acerco sus labios a la lápida y le habló en susurros, como si temiera que alguien más pudiera escucharle.

Siempre… Siempre supe que aquel hombre no era mi padre. Pero…
¿Hice bien verdad?
Ya puedo dormir por las noches sin temer despertarme con su rostro pegado al mío.
Ya puedo vivir sin preguntarme cuando aparecerá para acabar con lo que empezó.
Ya no siento odio, ni rabia, ni ira. He vuelto a ser yo.

Esperó unos momentos con su cara pegada a la lápida, pero ninguna respuesta le llegó.
Volvió a enderezarse y contempló por un momento el cementerio a la luz de la luna.

La paz embarga mi alma. Mi venganza se ha cumplido. Mi vida llega a su fin. Nadie habrá que me recuerde, todos los que conocieron mi nombre ya están muertos.
Adiós viejo amigo. Dentro de poco nos volveremos a encontrar y espero que para entonces hayas perdonado mis actos.

Por algún extraño motivo sonrió y se alejó de aquel lugar que tantos recuerdos de pesadilla le traían. 


domingo, 5 de junio de 2011

Recuerdos...

"Esta historia se basa en una última batalla entre el hombre contra un ejército de temidas criaturas inhumanas. Su General revivirá recuerdos de como se llegó a esa situación mientras sus hombres mueren y matan.

Espero que os guste.

-El Carcelero"


LA ÚLTIMA BATALLA

Hubo un tiempo, ya muy lejano, en el que se podía salir a la calle por las noches en verano a jugar con los amigos. En que podías ir a la Colina del Aventurero a ver las estrellas e imaginarte el mundo que había después de esa pequeña colina. Era un tiempo en que todos reíamos y cantábamos, en que los días duraban más que las noches.
Hubo un tiempo, ya muy lejano, en que yo era un niño…

-Señor, ¿Se encuentra bien?

-Si… Prepara a los hombres, Celric. Esto está a punto de empezar.

Celric recorrió a paso ligero unos treinta soldados hasta llegar al centro del batallón.
Jamás un ejército de hombres había sido tan poderoso. Contaba con más de veinte mil soldados de a pie y cerca de siete mil a caballo. Cientos de maquinas de guerra se agolpaban en lo alto de aquella colina esperando la señal, igual que todos los demás hombres, a que la terrible batalla diera comienzo.

Ante ellos, al pie de la colina se levantaba el temido ejército del Mensajero. Sus guerreros aullaban, gritaban, se golpeaban unos contra otros. Las criaturas estaban dispuestas a arrasar todo cuanto tenían ante ellos y no podían contener su odio e ira.

Hubo un tiempo, ya muy lejano, en el que el padre de mi padre me llevaba a pescar a la orilla del río Funwuer, jamás había cogido unos salmones como se cogían allí. Después nos pasábamos por la cabaña de Otto el herrero y me ponía a escuchar las historias de cuando él y mi abuelo eran trotamundos y recorrieron todos los países conocidos y por conocer.

-¡Arqueros! Rugió una voz.

Más de mil arqueros dieron un paso al frente y tensaron sus arcos esperando la orden de disparar.
En el ejercito de criaturas un inmenso ser se adelanto unos pasos.
Miro con despreció al ejercito humano y con un infernal rugido se lanzó a la carga… y todo su ejército con él. El suelo retumbaba bajo sus pies, miles de gritos, cientos de aullidos, millones de pasos recorriendo el campo de batalla.

Celric miró a su señor. Desde hacía unos días que no era él mismo. Parecía encontrarse en otro lado, incluso ahora cuando el ejército enemigo subía colina arriba no parecía estar allí. Le vio sacudirse la cabeza y alzar la espada al aire. Después su orden llego clara y fuerte.

-¡FUEGO!

Miles de flechas surcaron el aire. Por un momento el tiempo se detuvo al retumbar de los cientos de cañones disparando al unísono.

-Dime Kiran, te apetece que hoy vayamos al bosque a cazar. A mi abuelo le encantaba llevarme a cazar, y a mi ir con él.
¿Cuándo empezó todo esto? ¿Cuándo?... Fue él día en que el extranjero llegó.

Cientos de aquellas criaturas volaron por los aires, decenas de columnas de polvo y trozos de carne recorrieron el campo de batalla cuando las balas dieron en el blanco. Las flechas atravesaron carne y armadura por igual, pero eso no detuvo su avance.
Los sargentos rugían órdenes y los soldados se preparaban para el primer choque contra las criaturas. Y este no se hizo esperar mucho.
Golpearon la primera hilera de hombres, que se extendía en toda la longitud de la colina, y la atravesaron fácilmente llegando en la carga inicial casi hasta la mitad del ejercito humano. Miles de golpes de espada se levantaban en su ruido ensordecedor junto con los gritos de ira, odio y muerte.

El extranjero… Llegó una noche de luna llena.
Iba montado en un enorme caballo negro, de ojos rojos y dientes que parecían colmillos. Llevaba una armadura totalmente negra y un yelmo el cual solo tenía dos finas rendijas para los ojos y estaba coronado con los cuernos de un carnero.
Ni siquiera se detuvo en mi aldea, paso por el centro recorriendo con la mirada cada rincón y casa. A su marcha, y en los días posteriores, las cosechas se secaron, el ganado murió y los niños recién nacidos y los viejos murieron. Entre ellos mi abuelo y Otto.

El comandante del ejército de las criaturas llevaba una enorme hacha de combate que blandía a diestra y siniestra segando vidas. Sus ojos, ni siquiera miraban a los enemigos que mataba, sino, que estaban fijos en un punto. Ese punto era el general del ejército humano. El cual estaba quieto con la mirada perdida ignorando todo cuanto acontecía a su alrededor. Incluso tenía la cara y la armadura salpicada de sangre de sus propios soldados, pero él ni siquiera se había inmutado.

Semanas después llego un emisario del Gran Consejo. El rey Marcus IV el invicto había sido asesinado.
Aunque para mí esas no fueron las peores noticias. Había surgido un enorme ejército de seres inhumanos cerca de nuestras fronteras y ya habían asaltado algunos pueblos y aldeas, por lo que se necesitaba a todo hombre disponible para formar un ejército y combatirlas. Ese mismo día partieron todos los hombres de nuestra aldea, incluidos mi padre y mi hermano.
Yo no puede ir… Era demasiado pequeño y me quede con madre.

El cráneo de la criatura golpeo el suelo con tanta fuerza que se partió en dos. Celric, giró sobre sí mismo y con un movimiento rápido decapito a otra criatura. Su espada estaba totalmente teñida de un icor negruzco y que olía a descomposición, la sangre de las criaturas. Bloqueó con su escudo el arma de otro enemigo y lanzó un tajo por la bajo alcanzándole en las piernas. La criatura cayó al suelo y Celric

Pasaron los días, los meses, hasta que tres años después seguíamos sin saber nada de ningún hombre de nuestra aldea. Solo nos llegaban rumores y noticias de que nuestros ejércitos perdían, nuestras ciudades eran masacradas, aldeas enteras pasadas a cuchillo. Por donde pasaba el ejército invasor, solo quedaba el horror, la desesperación y la muerte.
El extraño que pasó por nuestra aldea no iba con ese ejército, sino que se paseaba por el reino sembrando epidemias y discordia en todas las ciudades que visitaba, la llamaban el Mensajero y su mensaje era el ejercito de criaturas que devastaba todo a su paso.

La inmensa criatura siguió avanzado hacía Kiran hasta que estuve frente a él. Levanto su enorme hacha de guerra para partirlo en dos. Kiran ni tan siquiera le miraba.
Celric llegó justo a tiempo para desviar el hacha con su escudo. Pero el golpe fue tan brutal que reventó el escudo, tirando al suelo a Celric y casi cortándole el brazo. La criatura lo miró con odio y desprecio y fue a rematarlo. Celric consiguió desviar un golpe desde el suelo y lanzándole la espada le hizo retroceder lo justo para poder levantarse. Pero ahora estaba desarmado. La criatura le sonrió, decenas de dientes le saludaron, y avanzó hacia él.

Cuando ya habíamos perdido toda esperanza de que volvieran algunos de los hombres de la aldea, llegó mi hermano junto con otro de hombre de la ladea. Solo nos dijo que había desertado y que padre murió. Y no volvió a hablar más de la guerra y los años que pasó en el ejército. El pobre hombre que llegó con él , murió al poco de llegar, tenía pesadillas y alucinaciones, se suicidó.
Llegó el invierno. No teníamos casi nada que comer y los bosques de alrededor cada vez eran más peligrosos, por lo que también nos faltaba la leña para calentarnos.
Aquella noche, aquella maldita noche nos encontrábamos en casa los tres. Madre cerca de la ventana en la cocina preparando la cena, mientras que mi hermano y yo nos encontrábamos en el comedor trabajando en unas redes que utilizaríamos para pescar en él río al día siguiente. La noche era fría y silenciosa… Hasta que los animales de la aldea se pusieron histéricos, los perros ladraban, el poco ganado que quedaba mugía, parecía como si se hubieran vuelto locos y desearan hacer todo el ruido posible.
Mi hermano se puso tenso y se levanto bruscamente. Aferró la empuñadura de la espada, que siempre llevaba encima desde que volvió. Incluso cuando dormía la dejaba cerca de la cabecera de la cama.
Los animales callaron de repente. Un silencio antinatural se apoderó de toda la aldea. Madre había dejado de cocinar y nos miraba desde la cocina.
Nos sobresaltó un terrible rugido, y al girarnos hacia la cocina, vimos una criatura repulsiva atravesando la ventana, tirando a mi madre al suelo. Mi hermano dio un paso hacía ella pero otra de esas bestias reventó la puerta armado con un enorme martillo de guerra.
Los dos arremetieron el uno contra el otro al mismo tiempo, jamás había visto a mi hermano desplegar una furia tan grande, con dos golpes había casi decapitado a la criatura y cayó al suelo entre gritos agonizantes. La que había atravesado la ventana al ver que su compañero había muerto dejó de acuchillar a madre y con una agilidad sobrenatural se lanzó contra mi hermano.
La lucha duró tan solo uno segundos, los dos cayeron muertos al suelo, la criatura con la espada clavada en el estomago mientras que mi hermano recibía una tremenda cuchillada en la cabeza.
Yo estuve quieto todo el rato… No pude moverme ni un solo paso… No sé cuánto tiempo estuve allí mirando los cadáveres.
Me sobresalte al oír gritos de fuera de la casa.
Recogí la espada y huí de casa, huí de la aldea, huí de todas aquellas criaturas que estaban arrasando lo que en dieciséis años había llamado hogar…

La criatura lanzo un tremendo tajo trasversal hacía Celric, pero este consiguió esquivarlo de milagro quedando de rodillas a la izquierda de la bestia.
Justo cuando la hoja giraba hacía su cabeza, se paró en seco.
Al levantar la vista, vio que del pecho de la criatura sobresalía un enorme espadón.
Kiran empujó con más fuerza hasta que consiguió clavarle la espada hasta la empuñadura. La criatura rugía de dolor e ira y no dejaba de moverse lanzando golpes desesperadamente intentando alcanzarle, pero él no se inmutó y siguió retorciendo la espada hasta que la bestia cayó de rodillas al suelo entre los temblores de la muerte.

-Gracias. Dijo con un hilillo de voz Celric.

Kiran, con los ojos inyectados en sangre aferró la enorme hacha de combate de la criatura y con un terrible tajo la decapitó. Recogió la enorme cabeza del suelo y alzó el brazo rugiendo enseñando el trofeo de su victoria.

Hubo un tiempo, ya muy lejano, en el que la ira, el odio y la venganza dominaban a un hombre el cual juró vengarse de todos aquellos que habían arruinado su vida.
Hubo un tiempo en que ese hombre cometió los actos más salvajes y depravados contra todos los que se interponían en su venganza.
Hubo un tiempo en que su conciencia se lleno con los chillidos de sus víctimas.

Tantos años esperando… Tantos años… Para cumplirla en unos pocos segundos, sin poder disfrutarla… Tantos años…
Kiran se lanzó colina abajo descargando su espada sobre cualquier que se interpusiera en su camino mientras que en la otra mano sostenía la cabeza del caudillo de aquel ejercito.
Bestias y hombres se apartaban por igual mientras él aullaba y mataba.
Las criaturas al ver la cabeza de su líder en manos de aquel hombre, se acobardaron, gimieron de miedo, se retorcieron y huyeron.
Kiran gritó a sus hombres para que les persiguieron y les dieron caza, hasta que todas esas abominaciones murieron bajo sus armas.

Con el ejército enemigo destruido, la guerra terminó. Aunque pasaron décadas antes de que todas las criaturas que merodeaban por el reino fueron apresadas y ahorcadas.
Todo volvió a ser como él lo recordaba… O casi todo, ya que la guerra había dejado grandes huellas en las ciudades y la gente.

Mientras labraba el campo, miró hacia la vieja cabaña de madera, cientos de recuerdos de su niñez se agolparon en su mente. Por una vez en mucho tiempo se sintió feliz… Si, se dijo a sí mismo, a veces tan solo los recuerdos mitigan mi dolor.

En la oscuridad de una noche sin luna, el campo de batalla parecía un recuerdo lejano. Miles de huesos de hombres y bestias estaban esparcidos por toda la colina y sus alrededores, todo estaba adornado con armaduras oxidadas y armas rotas aun cerca de sus antiguos propietarios. En esa oscuridad, la silueta de un hombre a caballo se recortaba en lo alto de la colina.

martes, 31 de mayo de 2011

Lamentos en la oscuridad

"Hoy seguimos con la historia de El Carcelero. Este es el primer capítulo.
Espero que os guste.

-El Carcelero."


EL SEÑOR DE LA PRISIÓN

Sus gritos resonaban por toda la fría sala, traspasando tanto las gruesas paredes de piedra como las macizas puertas de hierro y se adentraban en las mazmorras recorriendo las celdas de los presos. 
Para los que ya habían sufrido las torturas de aquel ser, los gritos les sonaban familiares y les recordaban cuando ellos estuvieron ante él. A muchos se les saltaban las lágrimas al recordarlo o por el pobre infeliz que las sufría. Otros, con la mente ya nublada por el dolor y la demencia se tiraban al suelo gimoteando pidiendo clemencia al torturador, pensando que se encontraban ante él y que eran ellos los que gritaban de dolor.
Cuando los gritos cesaron, al cabo de casi dos días de intensa tortura, los guardias sacaron al pobre desgraciado de la cámara de juegos, tal y como la apodaban ellos. El hombre, ni siquiera se sostenía en pié, los guardias lo arrastraban por los brazos dejando un reguero de sangre hasta su celda.
El niño se giró hacia los otros prisioneros que tenía colgados boca abajo enfrente de la mesa de tortura. Mientras pensaba a quien le tocaría ahora, se relamía la sangre que le recorrían los brazos.
Los pobres infelices estaban atados de pies y manos y un casco sin aberturas les cubría la cabeza, así no podían ver como se torturaba a su antecesor pero si podía escuchar sus gritos de dolor.
El niño se acerco lentamente a uno de ellos, sin que este supiera que iba a ser el siguiente en sufrir.

-Señor…

Dijo una voz muy respetuosamente detrás de él.
El niño se giró lentamente y con una amplia sonrisa le habló al recién llegado.

-¿Qué desea mi buen Carcelero?

Este se acerco a él. Tuvo que cruzar la enorme sala y pasó cerca de la mesa de tortura, que estaba totalmente bañada en sangre y aun había en ella trozos de piel y carne de su última víctima.
Inclinando la cabeza y sin mirarle a los ojos le respondió aun más bajo.

-Tiene una visita.

El niño soltó un bufido de impaciencia mirando a sus juguetes colgados y se dirigió a la salida de la cámara.

-Diles a los guardias que limpien todo esto y que lleven a esos a sus celdas.

-Si mi señor.

-¿Hace mucho que vino?

-Llegó hace un día y medio señor.

El niño abrió la boca dejando relucir los dientes manchados de sangre.

-¿Por qué no se me informó antes?

-Señor… Vos siempre decís… -El Carcelero se inclino aún más y su voz se convirtió en un susurro. Que… Que nadie os moleste  cuando estáis aquí abajo.

-Supongo que no puedo decir nada si seguías mis ordenes... -Escupió al suelo un poco de sangre y se dirigió a la salida.

Cuando el niño se hubo marchado por la puerta y el carcelero supuso que ya no podría oírlo soltó un hondo suspiro de alivio. Pese a que a él jamás lo había torturado, ni siquiera pegado ni una sola vez, aquel ser le inspiraba un terror tremendo.
Al instante llegaron cinco guardias. Vestían unas armaduras negras decoradas con dibujos de gente agonizando o siendo torturada, emulando los tatuajes del niño. Todos, es decir, que todos excepto el carcelero y el niño, en aquella fortaleza prisión estaban brutalmente desfigurados por culpa de las torturas del niño, y los que no lo estaban… lo estarían cuando les llegara el turno. 
A los guardias, la poca carne que les dejaba ver las armaduras estaba totalmente cuarteada y llena de cicatrices que dejaban enormes surcos en la piel, ya que los guardias, también en su día fueron prisioneros que por algún motivo habían caído en gracia y el niño les había ascendido. Aunque con la naturaleza caótica de su señor podían volver a ser prisioneros por su mero capricho. 
Los guardias le miraron esperando ordenes. 
El carcelero le trasmitió los deseos de su señor. 
Después volvió a sus quehaceres diarios: La ronda por las celdas.

La fortaleza era inmensa. Pese a que él llevaba allí más tiempo que el que su memoria podía recordar, jamás la había recorrido por completo. Y no solo era eso, si no, que cambiaba de forma a cada hora que pasaba. Pese a eso, siempre que el señor lo necesitaba o tenía que hacer algún recado importante la fortaleza parecía como si lo llevara hasta su destino sin él ni siquiera mirar el camino por donde iba.  
Recorría un infinito pasillo lleno de celdas, todas ocupadas, las paredes eran de fría piedra negruzca, tan solo había unas pocas antorchas, cada una separada de otra por unas decenas de metros, por lo que todo estaba bañado con una oscuridad fantasmagórica tan solo rota por los pequeños puntos de luz que eran las antorchas. 
Los presos de vez en cuando gritaban o golpeaban las puertas de sus celdas en un intento de que alguien les prestara atención. Él, por supuesto, no era ese alguien. 
De las atenciones se encargaba el niño y cuando les llegara el turno desearían haberse quedado en su soledad toda la eternidad.

¿Por qué nos han abandonado en este lugar?

Se había preguntado no menos de un millón de veces. 
Pero esa pregunta era una de las miles que en su cabeza tenía. Aun recordaba cuando una vez, armado de valor y rompiendo el miedo que sentía por su amo le preguntó una de sus muchas dudas. En realidad ya no recordaba que le había preguntado, solo recordaba la respuesta. El niño cogió a seis presos y los torturó durante diez días seguidos haciéndoles más de mil torturas distintas. Le obligó a presenciarlas todas y le advirtió que si volvía a preguntarle algo su respuesta sería la misma pero esta vez consigo tumbado en la mesa de tortura.

Sinceramente, no lo sabía. Que estaban muertos todos, de eso estaba seguro. Él mismo, llevaba desde que llegó sin comer, sin beber  y ya se había olvidado de cómo se respiraba. La mayoría de los presos no comprendía su nuevo estado. Los pobres, se comportaban como vivos durante años, siglos y milenios, incluso cuando llevaban todo ese tiempo sin  recibir alimentos ni agua. Peor para ellos. Mientras antes seas consciente del nuevo estado, antes dejas de sufrir los dolores del hambre o de la sed. Incluso podías abstraerte del dolor de las torturas. Todos los Guardias lo habían conseguido en menor o mayor grado, por eso el niño ya no disfrutaba tanto torturándolos y los ponía a su servicio.

Y, ¿Mi alma?

Sigue conmigo… O ya me ha abandonado y solo soy un pedazo de carne que se mueve porque su cerebro aun no se hace a la idea de que ha muerto.

Pese a todas esas preguntas la que más le carcomía era el motivo de porque a él no lo había torturado jamás. Eso, jamás lo había entendido. ¿Por qué?  
 Abrió una puerta sin ni tan siquiera mirarla, abstraído tal y como estaba en sus pensamientos y no se dio cuenta donde estaba hasta que una voz le habló.

-Siempre apareces en el momento preciso, te iba hacer llamar.

El carcelero levantó la vista, y se asombró al ver que había llegado al salón del trono de su señor, ciento cuarenta y tres pisos por encima de la cámara de tortura y los pasillos por los que él se estaba paseando. 
La sala estaba totalmente a oscuras, nunca había descubierto si tenía fin, ya que no se veían paredes, excepto por la de la puerta por la que ahora estaba entrando. La pared donde estaba colocada se perdía en la inmensa oscuridad. Aunque tampoco ayudaba que la puerta nunca estuviera en el mismo sitio dos veces. 
Tan solo había un foco de luz azulada que provenía de un inexistente techo, ya que este no se alcanzaba a ver tampoco. Y justo debajo del foco de luz estaba el niño sentado en un enorme trono de color negro con unas vetas de un rojo incandescente que latían con fiereza. 
Sus pequeños pies colgaban juguetones sin tocar el suelo y una enorme sonrisa le cubría el rostro. A su lado había una figura que no se distinguía bien, recortada como estaba por un fondo negro. Pese a ello el carcelero sabía quién era. Era el mismo que le había hecho mandar llamar a su amo. No sabía cuan de los dos era más poderoso en ese reino de pesadilla y caos, aunque siempre intuía que era su amo, ya que este solo se ausentaba de la fortaleza para ir a buscar a más juguetes con los que divertirse y el otro siempre venia a visitarlo.

-¿Desea algo mi señor? Le dijo agachando la cabeza.

-Me ausentaré durante un tiempo. -El niño parecía distraído. Tengo que resolver unos asuntos. A mi vuelta traeré invitados. 

Durante un momento dejó de hablar y se quedó pensativo.

-¿Desea que preparé unas celdas cerca de la cámara de tortura?

El niño volvió en si, y le sonrío de una manera feroz.

-Oh… No, no. Haz el favor de no interrumpirme.

-Perdón mi señor. Su voz sonó repleta de terror. 

Al que el carcelero llamaba el Ángel Negro soltó un bufido de desprecio ante su actitud cobarde.

-Como te iba diciendo, mi impaciente siervo, es que a mi vuelta traeré invitados importantes, tanto como tú lo eres para mí y necesito que los reconozcas, uno a uno, que sopeses si podrán servirme bien...

El niño se quedo callado durante un buen rato, mirando a su siervo sin perder la sonrisa de su rostro. Eso siempre le ponía muy nervioso al carcelero, ya que normalmente era hosco y brutalmente despiadado con sus demás siervos, mientras que con él siempre sonreía de oreja a oreja.

-Y… Elijas a uno de ellos para sucederte.

Esto fue como una bofetada para el carcelero. De pronto se encontró de rodillas con la cabeza pegada al suelo pidiendo clemencia, por los largos siglos de servicio y el buen trabajo que siempre había hecho.
Una risa estridente retumbó por toda la sala. Al Ángel Negro le encantaba ver hasta qué punto se humillaban los hombres por salvar su forma de vida, aunque esta fuera realmente  patética.
El carcelero se sintió vacío. A él nadie le había elegido, él tuvo que valerse por si mismo para tener esa miserable vida, aunque no la cambiaría por ninguna de las otras en esa prisión.
Una pequeña mano le toco los grasientos cabellos y se los acarició suavemente. Al levantar la cabeza se encontró el rostro todavía sonriente de su amo.

-No te preocupes… Tu destino no es ser mi prisionero.

-¿Entonces? Consiguió decir en un susurro.

 -Ya lo veras… Ya lo veras…


Y aquí lo dejamos por hoy...



lunes, 30 de mayo de 2011

Otras realidades

"Este es otro de esos relatos los cuales me viene una idea y la dejo plasmada en el papel. Y después me olvido de él.

Nunca lo seguí, ni tan siquiera esbocé algo parecido a un guión de lo que pudiera ocurrir.
No le busqué ni un título, el que tiene puesto ahora lo acabo de pensar.

-El Carcelero."


EL PLANETA ABANDONADO

Mas allá de mis oscuros pensamientos existe un universo llamado yo. El cual se alla escondido tras una nebulosa color sangre llena de ira, odio y sufrimiento. En ese universo existe un infinito numero de galaxias, las cuales tienen un numero igual de infinito de sistemas solares. Pero solo en uno de ellos hay un planeta habitado. El cual se encuentra suspendido en el invisible vació que es el espacio que hay alrededor de un sol. Este sol es de color naranja fuego e ilumina su firmamento cual observador aburrido. Mas allá de la escasa capa de ozono de ese mundo y de las nubes tóxicas que viajan por sus cielos, se encuentra una tierra diezmada por miles de años de contaminación, guerras y abusos por parte de los seres que habitan en ella. Uno de esos habitantes se llama Galow.
Y esta es su historia.


EL REFUGIO

Galow miró el cielo a través de su mascara respiratoria. El sol de un color rojo sangre estaba empezando ha salir y daba un toque irreal al paisaje. El desierto de ceniza que se extendía enfrente de él empezaba ha brillar bajo aquel bello amanecer. Pronto esa belleza se tornaría en dolor y sufrimiento o aun peor, en muerte. Bajó su mirada a la compuerta metálica que había en el suelo a su lado y la golpeó dos veces con la bota militar que llevaba. El sonido se extendió como si de un gong se tratase y de dentro surgieron otros dos golpes. Él, sabiendo la siguiente respuesta golpeo otras tres veces. La puerta chirriante empezó a abrirse dejando al descubierto una cabeza con mascara respiratoria de pelo castaño que él reconoció como Angus.
Recogió la bolsa que había dejado en el suelo y se dispuso a entrar. Algo se deslizó por la bolsa y cayó al suelo.

-Ya han entrado todos, tú como siempre eres el último. –La voz de Angus quedo amortiguada por la mascara.

-Pero traigo la bolsa llena. –Dijo Galow con una sonrisa que Angus no percibió, ya que quedo escondida por la mascara.

-Siempre te arriesgas demasiado y yo me la juego al abrirte.

Galow le quitó importancia a ese comentario con un movimiento de la mano.
Cuando los dos entraron, la puerta se cerró con un chirrido metálico. Y su conversación se perdió en un murmullo.
Un pequeño escorpión había conseguido salir por un agujero que se había hecho en la bolsa de plástico y corría todo lo que podía buscando un sitio lo suficientemente blando para poder enterrarse.

Al poco el Sol salió.

Todo quedo iluminado por una fuerte luz blanca.
El pequeño escorpión dejo de correr y pareció como si bailara, momentos después se volcó boca arriba y su caparazón empezó a crujir mientras se freía. A los pocos segundos estalló en llamas y en menos de un minuto solo quedaba de él un montón de cenizas grises sobre el suelo gris.