lunes, 27 de junio de 2011

Falsas esperanzas

"Hoy seguimos con la historia del carcelero.
Este capítulo es muy cortito.
Espero que os guste.

-El Carcelero."


LA HABITACIÓN

Se encontraba en una sala de reducidas dimensiones, al abrir una puerta se había topado con ella. Como en aquella fortaleza nada ocurría por casualidad y además en todos sus siglos de servicio era la primera vez que la veía decidió entrar y explorarla mejor.

La sala tenía una forma ovalada y unos tres metros de largo por dos de ancho. Pero lo que más le había llamado la atención eran unos ventanales con los pórticos cerrados que había en la pared. Desde que llevaba al servicio del niño había vivido en la profunda oscuridad de los corredores de la fortaleza tan solo alumbrados por las antorchas. Y después de tanto tiempo a oscuras ver un simple indicio de que en verdad había un mundo tras esa fortaleza le había hecho nacer en él una extraña esperanza de que algún día la terrible pesadilla que era su vida terminara.
 
Se acercó a los ventanales y cuando se disponía a tocar los pórticos que eran de hierro negro decorado con formas obscenas de torturas una voz detrás de él le detuvo.

-¿Nunca habías estado aquí?

El carcelero ni siquiera se dio la vuelta para responder mientras la desesperación volvía a instalarse en su corazón.

-No, mi señor.

-¿Qué crees que encontraras detrás de esas ventanas?

El carcelero se dio la vuelta y miró a su señor. Tenía en la mirada un brillo extraño pero su sonrisa perpetua seguía allí.

-¿Qué encontraré mi señor?

-Ábrelas y lo descubrirás.

-¿Puedo?

-Claro, claro. Y cuando acabes ven a verme.

Se giró y se fue por la puerta, pero antes de que sus pasos se dejaran de oír por el corredor volvió a llegar su voz.

-¿Elegiste ya tu sustituto?

El Carcelero fue hasta la puerta y miró en ambos lados por el corredor. No vio al niño, pese a ello gritó en la dirección en que pensaba que se había marchado.

-Sí, mi señor.

Esperó en la entrada de la habitación mirando hacia la oscuridad del pasillo pero no le llegó ninguna respuesta.
Ahora se encontraba otra vez solo.
Cerró la puerta detrás suyo y se encontró con la oscuridad de la habitación, ya que en esta no había antorchas. Entonces al levantar la mirada hacia las ventanas, la vio.
Uno de los pórticos desgastado por los siglos no encajaba del todo en la ventana y dejaba pasar un mínimo rayo de luz titilante que iba desde la ventana hasta el suelo.

Lloró. Sus lágrimas le resbalaban por su sucia cara. Mientras se acercaba a ese débil rayo de luz no podía dejar de llorar.
Alargó su brazo para que la luz lo tocara. Lentamente hizo que su mano la tocase, la acariciase. Llevado por un arrebato de alegría desatranco los pórticos y con un golpe los abrió.

Dejó de llorar. Y sus brazos que estaban en alto para recibir los cálidos rayos del Sol le cayeron flácidos a los costados.
Ante él había otro pasillo oscuro alumbrado por una antorcha que estaba justo enfrente de la ventana.

Se dejó caer en el suelo y estuvo allí tendido durante horas, días y años. Si alguna vez tuvo esperanzas de salir de aquel horrible lugar, dejó de tenerlas. Si alguna vez tuvo esperanzas de volver a sentir el calor del Sol en su maltrecho cuerpo, dejó de tenerlas. Si alguna tuvo esperanzas de sentir el aire acariciándole el rostro, dejó de tenerlas.

Quiso morir, pero como siempre, no pudo.


Y aquí lo dejamos por hoy...

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