jueves, 13 de mayo de 2010

Lobos entre los hombres

"Llevo unos días pensando que historia poner. No sabía si seguir con El Carcelero o empezar otra.
Al final he decido subir los principios de todas mis historias. Porque, pese a que ocurren en tiempos, realidades y universos diferentes todas están conectadas por algo.
El siguiente relato es otro que a mi me gusta mucho, en este hay más acción y en su primer capítulo nos presenta a la mayoría de los protagonistas.

Aquí os dejo parte del primer capítulo, espero que os guste.

-El Carcelero."


CAPÍTULO 1

EL DEPREDADOR

Era una noche de invierno. La ciudad dormía. Pocos eran los que al esconderse el Sol se atrevían a recorrer sus calles. La Luna, tímida ella, acababa de dejarse ver al salir de una nube.
Su luz mortecina se reflejaba en el agua estancada de un estrecho callejón lleno de inmundicia.

-¡Corre!

El niño miró a su padre que estaba de rodillas en el suelo, sangrando por una terrible herida en el costado.

-¡Corre! Volvió a gritarle su padre.

-No quiero. Balbuceó el niño gimoteando.

-¡Por Dios, vete! ¡Corre! El padre escupió sangre. ¡Se está acercando! Consiguió decir mientras se reponía.

-Papa...

-Corre. Le suplicó el padre en un último intento para que se salvara.

El niño, con los ojos llenos de lágrimas, hecho una última mirada a su padre y se alejó corriendo del callejón.
Una de las puertas que daba al callejón se abrió lentamente.
El hombre intentó levantarse, pero le dolía tanto la herida que no pudo.
Escuchó unos pasos que se aproximaban pausadamente.
Hizo un último intento pero las fuerzas le fallaron.
-No te preocupes. Le dijo una voz al oído. Pronto se reunirá contigo.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente, pero ya no veían nada.
Mientras el asesino sacaba el cuchillo de la garganta del pobre desgraciado, olisqueó el aire.
Limpió su arma con la chaqueta del muerto y salió a paso ligero del callejón.


EL VAGABUNDO

Viejo, con una larga túnica marrón, grisácea en algunas partes y llena de mugre. Llevaba la capucha hechada.
Iba caminando por la solitaria calle buscando un refugio donde poder dormir. A menudo le venían violentos ataques de tos en los que tenia que apoyarse para no caerse. Albergada la esperanza de encontrar un banco con cajero automático que estuviera vacío y así poder resguardarse del frío y de la noche.
Cuando por fin lo encontró y se dispuso a entrar, escuchó unos pasos cortos a toda carrera que se dirigían hacía él. Giró su encapuchada cabeza y vio pasar por su lado a un niño de unos ocho años llorando, a toda la velocidad que le daban sus pequeñas piernas.
Se lo quedo mirando hasta que dobló a la izquierda en la siguiente esquina. Al final dejó de escuchar los pasos de aquel extraño niño que ni siquiera le había mirado y con un suspiro de resignación abrió la puerta a su humilde pero acogedor dormitorio.
Al cerrar la puerta y hechar el pestillo para que nadie le interrumpiera lo que iba a ser un apacible sueño, vio a un hombre que le estaba mirando justo detrás de esta.
Sus ojos se encontraron un solo instante y el extraño prosiguió su camino.

Ahora lo entendía todo...

Musito por el niño una antigua plegaria en un extraño idioma a un dios ya olvidado.
Por suerte, pensó, esa bestia no me ha reconocido. Y aunque lo hubiera hecho. ¿Que me podría hacer?... Nada, absolutamente nada. Ni tan siquiera me puede arrebatar lo único que me queda.
Cuando se sentó en el suelo y se dispuso a dormir un tremendo vacío le inundó.

-¿Pero, que puedo hacer? Se dijo en voz alta. Nada, no puedo hacer nada.

Un ataque de tos le hizo doblarse por la mitad.
No puedo hacer nada. Se volvió a decir.
Mientras se le pasaba el ataque se levantó moviendo negativamente la cabeza y salió del cajero.
Con un suspiro se dirigió hacia la esquina donde había perdido de vista al niño.


EL CAZADOR

El cuerpo del muerto yacía en el suelo boca abajo. Se le apreciaba un terrible corte en la nuca que seguramente le había atravesado la garganta.
Un hombre estaba observando el cuerpo con suma atención. Se agachó para darle la vuelta al muerto y entonces vio un segundo corte en un costado, la sangre aun manaba de los dos tajos y en el suelo había un riachuelo rojo que se perdía hasta la entrada de una alcantarilla.

-Bueno... Ya he encontrado al marido. Dijo en voz baja.

Se incorporó y la luna le iluminó.
Tenía el pelo largo, le llegaba hasta la mitad de la espalda. Llevaba unos pantalones negros y una gabardina sin mangas de cuero del mismo color.
En sus brazos llevaba unas muñequeras metálicas con púas y sus botas tenían la punta de hierro rematada en tres pequeñas cuchillas.
Volvió a mirar la puerta por donde había venido. Dentro de aquella casa había encontrado la mujer también muerta. Unos carroñeros se cebaban con su cuerpo. Había tenido que matar a dos para que los otros cuatro salieran huyendo. Menudas bestias mas cobardes, pensó.
Cuando un depredador salía de caza, siempre los carroñeros hacían su aparición devorando los cuerpos de las víctimas. Las malditas bestias tenían un sexto sentido para saber cuando iba ha haber comida fresca.
Volvió a mirar al muerto. Ahora solo le quedaba por encontrar al niño.
Por un momento perdió toda la esperanza de encontrarlo vivo.
Salió del callejón y miro la luna.
Estaba casi completa y desprendía una luz que le ayudo a calmar su creciente pesimismo.
Siempre hay un rayo de luz en la creciente oscuridad, pensó.
Detrás suyo escuchó los sigilosos sonidos de los carroñeros acercándose al muerto. Tuvo que refrenar el impulso del volver a entrar y matar a todas esas despreciables criaturas.
Lo más importante ahora es el niño, se dijo.
Cerró los ojos haciendo caso omiso de los desagradables ruidos que hacían los carroñeros dándose un banquete con el cadáver.
Durante unos segundos todo quedo en silencio y escuchó unos cortos pasos corriendo.
Al volverlos a abrir cruzo la calle, recorrió otra pasando por un banco y giró en la siguiente esquina a la izquierda.


"Y por aquí lo dejamos por hoy.... Continuará..."

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