miércoles, 5 de mayo de 2010

Una mala elección

"Cuando le puse el nombre al blog, lo hice pensando en una historia que es bastante mas larga que las que normalmente escribo (Las cuatro frases de En Construcción están basadas también en este relato). Para ser sinceros aun no la he acabado y ya tiene cinco capítulos.

Por algún extraño motivo es una de las historias de las que mas orgulloso me siento (Supongo que és por lo de los cinco capítulos).

No tiene un título aun, aunque yo siempre la llamaba El Carcelero. Por eso rebuscando un poco me salió La Prisión de Mentes, aunque no es precisamente eso lo que haya en sus celdas.
Aquí os dejo el prologo.
Espero que os guste.

-El Carcelero"


EL PRINCIPIO DEL CAMINO

"Por fin lo había encontrado. ¿Cuántos cadáveres había en el jardín de su casa? ¿15? ¿20? Aun no los habían desenterrado a todos.
Aquel bastardo estaba malherido y se apoyaba contra la pared del callejón, podía oír su respiración entrecortada.
¡Alto!, le grité.
El asesino se dio la vuelta lentamente, estábamos tan solo a unos seis metros, pero en casi la total oscuridad que reinaba en esa noche sin luna no distinguía bien sus movimientos.
Las manos en alto. Volví a gritar.
Yo le apuntaba con mí revolver, y pensé que él estaba desarmado.
Aquello fue mi error.
Me disparó y sentí un fuerte dolor en el cuello. Mientras mi cuerpo se abalanzaba contra el suelo, creo que le disparé yo también. Por el rabillo del ojo lo vi caer. De eso estoy casi seguro.
Oscuridad… ¿Durante cuánto tiempo? No lo sé. Sinceramente, no recuerdo cuanto tiempo estuve en ese estado, ni tan siquiera si me mantenía despierto. No recuerdo nada de lo que ocurrió después de que nos disparáramos.
Entonces, como si me despertara de una terrible pesadilla, escuché algo.
Primero, no supe reconocerlo.
Aquel sonido, se fue acercando poco a poco.
Alguien gritaba un nombre.
Parecía la voz de un niño.
Y el nombre que gritaba… era el mío.
Los gritos se fueron acercando, hasta que de repente cesaron. Entonces escuché sus pasos acercándose a mí, supongo que me vio allí tirado.
Yo no podía moverme, no podía responderle, ni tan siquiera podía abrir los ojos. Mi cuerpo no respondía, y lo sentía frío y entumecido.
Note un aliento en mi oreja, y el niño me hablo.

-Abre los ojos.

Con un espasmo, abrí los ojos y me incorpore sentándome en el suelo. Era de día. Estaba donde me había disparado el asesino, mis ropas estaban llenas de sangre reseca, así como mi cuello y mi cara. El suelo a mi alrededor estaba totalmente teñido de rojo.
Busque con la mirada al niño, pero allí no había nadie.
Entonces me di cuenta de algo que hizo que me recorrieran escalofríos por todo mi cuerpo.
Pese que era de día, no escuchaba ningún sonido. No me refiero a que me hubiera quedado sordo. Yo oía mis propios sonidos, la ropa al moverse, el ruido que hacía al levantarme del suelo. Lo que no escuchaba es cualquier sonido que se pudiera escuchar en una ciudad a pleno día.
Lentamente salí del callejón a una de las calles principales. Vacía. No puedo explicar lo que sentí en ese momento. No había nada ni nadie. Ni un sonido, un mísero sonido. Grité, grité con todas mis fuerzas, pero nadie me respondió.
Mi mente estaba abotagada y no podía pensar. Entonces recordé al asesino. Recordé que me había disparado en el callejón. Me agarré el cuello y palpé. Nada. No parecía que allí hubiera una herida.
Una voz me sobresaltó.

-Estás muerto.

Me giré rápidamente y delante de mí encontré a un niño, no debía de tener más de seis años. Iba totalmente desnudo y su cuerpo estaba lleno de unos tatuajes que formaban escenas violentas, donde la muerte y la agonía quedaban reflejadas.
Supongo que debió ver mi cara de pasmo que había puesto al verle, así que me volvió a hablar.

-Estás muerto.

Su voz, pese que era la de un niño, no tenía ninguna inflexión, ningún tono, carecía de toda expresión y su cara tampoco reflejaba ninguna.

-No… no puede ser. Le dije. Aunque sabía que era cierto.

Le miré a los ojos, eran unos ojos que emanaban compasión, ternura, tranquilidad, era como si dijeran: No te preocupes, ahora me ocupo yo de todo.

-Entonces…. ¿Qué? Le pregunté.

-Dame la mano. Contesto él.

Y se la di...
Nos pusimos a caminar por la ciudad sin prisa. Parecía que íbamos sin rumbo, tomando las calles por su propio capricho. Yo tenía miles de preguntas que hacerle, jamás he sido creyente, pero en ese momento una duda me carcomía por dentro.

-¿A dónde vamos? ¿Al… infierno? Me atreví a preguntarle, temeroso por todas las malas acciones de mi vida.

Nos paramos en seco, y mirándome fijamente a los ojos mostrando por primera vez una emoción con una sonrisa, me respondió:

-No.

-¿Al cielo? Volví a preguntarle.

Sin dejar de sonreírme me contesto.

-Ya lo veras… ya lo veras.

Y seguimos avanzando por la ciudad hasta que nos perdimos en el horizonte."

Cuando terminó de hablar sus ojos parecieron volver de un lugar muy lejano y enfocaron a las tres figuras que tenía delante.
Sin mediar palabra miró a ambos lados de la oscura y vacía sala donde se encontraban, cogió un manojo de llaves que tenía en su cinturón y se dirigió hacia una puerta que había a su derecha, sobresaltando a los otros tres, ya que hubieran jurado que antes no estaba.
Cuando la abrió, quejidos y lamentos surgieron de ella. Se escuchaban lejanos y algunos solo eran un eco que parecía que había recorrido kilómetros enteros de pasillo antes de llegar hasta la sala.
Sin girarse y mirando fijamente por el oscuro pasillo que tenía delante suyo les volvió ha hablar.
Su voz sonó resignada.

-Así es como acabé en este maldito lugar. Jodido niño y sus sonrisas. Menudo bastardo. ¿Y vosotros? ¿También confiasteis en él? ¿Le disteis la mano?...
Supongo que sí… Si no, no estaríais hablando conmigo.
Bienvenidos a su reino.
Mi nombre hace tiempo que lo olvidé, pero todo el mundo de por aquí me llama el Carcelero. Y ahora seguidme… Os enseñaré vuestras bonitas celdas…

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